Neurociencias | Javier De Felipe

La consciencia sería para el cerebro como el humo que emana de una fábrica

Estamos a las puertas de una revolución cultural que se desencadenará porque nuestro cerebro será cada vez más humano y civilizado

Javier de Felipe.

Javier de Felipe. / Editorial Planeta

Eduardo Martínez de la Fe

Eduardo Martínez de la Fe

El cerebro ha vivido una proeza épica desde que unos homínidos dejaran huellas bípedas sobre las cenizas de un volcán de Tanzania hace 3,66 millones de años, hasta que Armstrong pisó la Luna en 1969. Esta evolución cerebral nos ha convertido en los humanos que hoy somos y continuará transformándonos en el futuro: nos conducirá a utilizar el cerebro de una forma más inteligente y civilizada para el bien de la humanidad.

Javier de Felipe, Doctor en Biología, profesor de investigación en el Centro de Tecnología Biomédica, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, es el neuroanatomista más destacado que ha usado las nuevas tecnologías para el desarrollo del cerebro. También ha sido director científico en el proyecto internacional Blue Brain, que estudia la estructura del cerebro de los mamíferos creando una simulación informática de todo el cerebro a nivel molecular.

Después de publicar en 2014 “El jardín de la neurología”, en el que una serie de imágenes emblemáticas representan, de una manera estética, conceptos y descubrimientos importantes en el ámbito de la neurociencia, Javier De Felipe acaba de publicar una segunda obra en la que profundiza en lo que es su pasión: la belleza natural del cerebro, tras la que se ocultan misterios en los que le neurociencia penetra cada vez a más profundidad para desvelar su relación con lo que nos hace humanos.

En esta segunda obra, De Laetoli a la Luna (Crítica, Barcelona 2022), De Felipe relata el viaje del cerebro desde las famosas huellas bípedas descubiertas en 1976 en Laetoli (Tanzania), preservadas en las cenizas de un volcán desde hace 3,66 millones de años y pertenecientes a nuestro antepasado Australopitecos afarensis, hasta la llegada a la Luna del astronauta norteamericano Neil Armstrong en 1969.

El libro explica de forma brillante y amena lo que le ha pasado al cerebro humano durante ese tiempo, y más particularmente, todo lo que ha averiguado la neurociencia, tanto a nivel genético, como molecular, morfológico y fisiológico, del órgano más importante del ser humano.

Misterios sin resolver

Esa profundización en el conocimiento del cerebro humano apenas ha conseguido desentrañar algunos de sus misterios, y ha dejado en el aire interrogantes como el sustrato neuronal de la consciencia, la relación entre las creencias religiosas o políticas y los circuitos neuronales, cómo surge la tristeza que a veces nos aflige, o si finalmente conseguiremos fabricar un cerebro artificial.

De Felipe intuye que estamos a las puertas de una revolución cultural que se desencadenará por lo que vamos a averiguar sobre el cerebro: nos conducirá a utilizarlo de una forma más inteligente y civilizada para el bien de la humanidad.

En la siguiente entrevista, De Felipe habla de la relación entre el cerebro, la naturaleza y el arte, explica que todo lo que constituye nuestra humanidad está en el cerebro, que nuestra especie sufrirá profundas transformaciones en el futuro, y que la consciencia podría ser como el humo generado por una fábrica, que sería el cerebro.

Asegura, finalmente, que las guerras desaparecerán de la faz de la Tierra, al igual que desaparecieron los juegos de gladiadores y otras formas históricas de violencia, debido a la evolución que vivirá el cerebro humano.

Los descubrimientos sobre el cerebro cambiarán nuestras vidas.

Los descubrimientos sobre el cerebro cambiarán nuestras vidas. / Gerd Altmann en Pixabay.

 ¿A que conclusiones te ha llevado tu reflexión sobre la relación entre el cerebro, la naturaleza y el arte?

La relación es directa. El cerebro es la esencia de nuestra humanidad y somos parte de la naturaleza. A lo largo del libro utilizo numerosas obras y pensamientos de artistas y escritores como metáforas para saltar del mundo del arte al de la ciencia y viceversa, y para que al mismo tiempo sirvan de inspiración para meditar sobre la naturaleza del cerebro. Por ejemplo, la naturaleza mineral nos puede mostrar analogías con la estructura del cerebro, como las ágatas dendríticas, cuyos depósitos de óxidos de manganeso y hierro (agregados arborescentes de color negro) recuerdan los árboles dendríticos de las neuronas. De este modo, algunas ágatas dendríticas parecen fragmentos cristalizados del cerebro teñidos con el método de Golgi. Otro ejemplo es la analogía matemática entre los árboles del mundo vegetal y los árboles neuronales.

¿Por qué aseguras que el cerebro es la esencia de nuestra humanidad?

Está claro que nuestros pensamientos, imaginaciones, memorias, sueños, sentimiento, emociones y todos los procesos cognitivos, son características relacionadas con nuestro cerebro. No hay nada mágico, sobrenatural o místico, todo está en nuestro cerebro. Otra cosa es que no entendemos cómo la actividad (conexiones) de los circuitos neurales generan estas propiedades y el porqué de las cosas mentales. Como decía Huxley, todo esto es tan inexplicable como la aparición del genio cuando Aladino frota la lámpara.

¿Qué característica especial tiene el cerebro para que seamos humanos?

El cerebro humano presenta muchas características comunes al de otros mamíferos no humanos, pero también muestra diversas especializaciones exclusivas del ser humano y que probablemente sean cruciales para las funciones humanas.

En tu opinión, ¿pueden ocurrir cambios significativos en el cerebro capaces de mejorar las habilidades humanas y de favorecer tal vez un nuevo prototipo humano, como la subespecie homo sapiens spatti de la que hablas en tu libro?

Yo creo que sí. A lo largo de nuestra historia hemos ido mejorando nuestras habilidades. Otra cosa es el Homo sapiens spatti. Debido a las posibles adaptaciones plásticas de nuestro cerebro durante los vuelos espaciales o, mejor dicho, cuando colonicemos el espacio, habrá cambios en nuestro cerebro, adaptaciones a un nuevo entorno. Si nos dejamos llevar por la imaginación y la evidencia científica sobre la evolución del ser humano, nada nos impide aceptar que tal vez, a medida que nos vayamos diseminando por el universo en los milenios venideros, nuestra especie Homo sapiens sapiens se transformará, en esos mundos extraterrestres, en otra subespecie, el Homo sapiens spatii, el hombre sabio del espacio. Con el transcurso de los milenios quizá se formen múltiples especies de seres espaciales de origen humano cuyo cerebro sea distinto al nuestro.

¿Cuál es tu opinión sobre lo que nos permite disfrutar de la belleza de una obra de arte? ¿Qué hipótesis consideras que podría explicar mejor este misterio?

La creatividad artística es sin duda un producto de la mente. Sabemos que las bases neurales de la experiencia estética de la belleza, sobre todo en el arte visual, participan diversas regiones del cerebro implicadas en la activación de circuitos sensoriales, motores, emocionales y cognitivos. No obstante, el origen del placer intelectual que produce observar una obra de arte y al artista que la crea es un verdadero misterio; aunque no necesitamos la belleza o la percepción estética para sobrevivir, casi todo lo que el ser humano crea tiene una pincelada artística.

Bruce Greyson ha sugerido en un reciente libro que la consciencia no dependería completamente del cerebro. ¿Qué piensas al respecto?

Como ya he dicho, en mi opinión, no hay nada mágico, sobrenatural o místico, todo está en nuestro cerebro,

También se ha hablado de procesos cuánticos en el cerebro vinculados a la génesis de la consciencia. ¿Cómo valoras estas propuestas, formuladas originalmente por Penrose?

La consciencia podría ser un fenómeno derivado o causado que acompaña a la actividad cerebral, como el humo que genera una fábrica y que depende causalmente de su funcionamiento. Como ya he dicho más arriba, es tan inexplicable como la aparición del genio cuando Aladino frota la lámpara.

Sabiendo que los protones son neurotransmisores (Jianyang Du et al.) y que el tiempo de vida de un protón supera 24 veces la edad del universo (François Vannucci), ¿podemos suponer que la materia cerebral sería también casi inmortal?

Nosotros somos polvo de estrellas, formamos parte del universo. Lo que ha ocurrido es que en un momento dado la materia inerte se ha transformado en materia inteligente. Para mí es como el «trozo de madera que un día descubre que es un violín», del poeta Arthur Rimbaud

Y una última cuestión, ¿piensas que, como planteas en tu libro, llegaremos a utilizar sabiamente nuestro cerebro para el bien de la humanidad? ¿De qué dependería?

Espero y deseo que así sea. Soy optimista, cada vez nuestro cerebro será más «humano» o civilizado a medida que la cultura, la educación, la solidaridad, los derechos humanos y la ciencia vayan ganando terreno en la sociedad a nivel global. Nos queda recorrido, pero si pensamos cómo era nuestra sociedad hace tan solo unas pocas generaciones, me hace ser optimista. Como digo en el libro, las guerras desaparecerían, al igual que desaparecieron los juegos de gladiadores y otras formas de violencia que con la civilización se han ido borrando de nuestra historia.