El oso cavernario (1)

Seguimos los rastros actuales del oso cavernario

Los científicos explican lo que se sabe sobre la violencia de género y la discriminación de las mujeres

La mujer en la ciencia.

La mujer en la ciencia. / Freepiks.

Alicia Domínguez y Eduardo Costas

El oso cavernario, entendido como la expresión ancestral del patriarcado que rige nuestra cultura, se manifiesta en la violencia que se ejerce contra las mujeres por el mero hecho de serlo. Una violencia socialmente asumida de la que todos somos responsables y cómplices. La ciencia puede ayudar a entenderla a la luz de los últimos avances en genética, evolución y neurobiología, que explicaremos en sucesivos artículos.

Alicia Domínguez y Eduardo Costas (*)

La violencia que se ejerce contra las mujeres de cualquier estrato social, cultural o económico por el mero hecho de serlo es, seguramente, el más vergonzante problema al que se enfrenta la humanidad hoy en día.

La desoladora situación de las mujeres en lugares como Afganistán, tras la toma del poder por los talibanes, o en la parte de Nigeria controlada por Boko Haram, no es una excepción. En numerosos países musulmanes, más del 90% de los hombres justifican la violencia machista incluso cuando provoca la muerte de la mujer. Igualmente, en las sociedades de castas de la India, que pronto superará a China como el país más poblado del mundo, la gran mayoría de los hombres ven natural ejercer violencia contra las mujeres.

Por desgracia, también en los países europeos más avanzados la violencia machista está generalizada. La Agencia Europea de Derechos Humanos estima que cada año alrededor de 13 millones de europeas sufren violencia física por parte de los hombres. En España se presentaron más de un millón de denuncias por violencia machista durante los últimos 10 años, y eso a pesar de que una gran parte de los casos nunca se denuncian: en 2021, casi ocho de cada diez mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas no había presentado denuncia previa.

Violencia asumida

Inexplicablemente, la violencia de género provoca muy poca alarma social para la magnitud del problema. Aunque las cifras son incontestables. Y más, si las comparamos con la violencia terrorista. Aunque no hay acuerdo en la cifra, la horquilla de muertos de ETA bascula entre los 829 y los 864 de 1968 a 2018, año en el que la banda anunció su disolución. Lógicamente, esto generó una enorme alarma social y, mayoritariamente, se asumía que semejante masacre resultaba insostenible. En consecuencia, se dedicaron ingentes cantidades de dinero a la lucha contra la organización terrorista y se emplearon miles de efectivos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Sin embargo, los 1.180 asesinatos de mujeres perpetrados desde 2003, fecha desde la que hay registros, no genera, ni de lejos, la alarma social que en su día generó el terrorismo.

El problema es que la violencia de género ya está tan asumida en nuestro inconsciente que hasta los colectivos feministas más radicales y combativos tan solo reclaman que se dedique el 0,2% de nuestro PIB a luchar contra esta lacra.

En mayor o menor medida todos somos responsables, y cómplices, de tan grave problema. Pero, para intentar resolverlo, es necesario entender por qué ocurre. Y la ciencia nos puede ayudar a esto.

La mujer en la sociedad.

La mujer en la sociedad. / María Izquierdo

Causas biológicas

Durante los últimos años se han analizado rigurosamente las diversas causas biológicas, así como el origen histórico y cultural de la violencia de género, e intentado explicar la discriminación de las mujeres a la luz de los últimos avances en genética, evolución y neurobiología. Porque el propósito de la ciencia es ampliar el conocimiento para entender la extraordinaria complejidad del universo y proporcionarnos el saber necesario para mejorar nuestra vida.

El conocimiento científico se extrae de la observaciónn sistemática, que permite plantear hipótesis refutables en base al método experimental y la demostración matemática. Pero los científicos son seres humanos y algunos, lejos de ser garantes de una búsqueda rigurosa de conocimiento, cayeron en la discriminación más burda de las mujeres, intentando, en los peores casos, justificar lo inexplicable.

El imparable crecimiento de la desigualdad se ha convertido en uno de los desafíos que más preocupan a los expertos. A lo largo de la historia, la desigualdad creciente desembocó en guerras y revoluciones. Y de todas las desigualdades, la mayor y más persistente es la de género. Hoy día, gracias a la secuenciación masiva y rápida del genoma, podemos rastrear la huella que esta desigualdad dejó en nuestra propia estructura genética.

El oso cavernario sigue entre nosotros

Trataremos de todo esto en una nueva serie de artículos denominada “El oso cavernario”, en los que intentaremos explicar lo que se sabe a nivel científico sobre la violencia de género y la discriminación de las mujeres, ese rastro del oso cavernario que aún hoy, y a pesar de tantos siglos de lucha, sigue presente en nuestra sociedad. También pasaremos revista a algunos casos de flagrante discriminación de excelentes científicas, no porque estuviesen equivocadas en sus conclusiones, sino por el simple hecho de ser mujeres.

(*) Alicia Domínguez es doctora en Historia y escritora. Eduardo Costas es catedrático de Genética en la UCM y Académico Correspondiente de la Real Academia Nacional de Farmacia.