El tiempo juega al escondite en Tabarca mientras escribe su historia. Rincón único, emocionante, casi clandestino, siempre desafiante. Observa el mundo desde su planicie repleta de vestigios artísticos, destino discontinuo de centuriones, fenicios, corsarios berberiscos, pioneros genoveses, súbditos de la corte de Carlos III y turistas, infinidad de ellos, que desembarcan cada temporada atraídos por la singularidad de la primera reserva marina reconocida como tal en España y por la magia que destila.

Todo en Tabarca es susceptible de ser guardado como recuerdo, de ello se encargan el poco más de medio centenar de habitantes que tiene censados y una gastronomía memorable.

La pureza de sus aguas convierte la experiencia del baño en algo único, tanto desde la playa como desde los veleros que fondean allí cada verano atrapados por la certeza de estar ocupando un espacio singular con resuello medieval y alma de caballero andante, de princesa valiente, de pirata cansado de pelear que vuelve a tierra firme con la esperanza de restañar sus heridas.

Panorámica de la isla de Tabarca. ED

La búsqueda de la Cueva del Llop Marí, localizada en la vertiente meridional de la isla, bajo las murallas, tiene dos bocas anexas con acceso por mar que es visitable por embarcaciones de pequeño calado a lo largo de 100 metros.

Según la mitología tabarquina, «es el refugio de un horrible monstruo marino, de cuerpo liso y viscoso con boca armada de dientes de diferentes tamaños y formas». Nadie lo ha visto, o nadie que lo haya visto ha seguido con vida, pero quizá sea esta bestia efímera el secreto de la pervivencia de la única isla habitada de la Comunitat Valenciana.