Carcaixent huele y sabe a naranja. El sobrenombre de «el bressol de la taronja» le hace total justicia. La primera explotación de cítricos nació como un experimento, pero rápidamente logró cautivar a la población de Carcaixent convirtiendo el cultivo de la naranja en uno de los negocios más prósperos y atractivos de finales del siglo XIX… lo que trajo consigo, además, la implantación de un exquisito gusto por el modernismo arquitectónico entre sus ciudadanos que sigue presente hoy en día en numerosos edificios.

Inversores y trabajadores llegaron a Carcaixent de todas partes dejando una huella imborrable que todavía se puede comprobar cuando se pasea por sus calles. Durante esta época se construyeron huertos tan emblemáticos como l’Hort de Sant Vicent o l’Hort de l’Ermita; y se levantaron El Magatzem de Ribera, el Asilo y la casa de la Reial Séquia. La ciudad creció a un ritmo nunca visto, y todo ello rodeado de una dinámica vida social y cultural sin precedentes que llegó a convertirse en un referente para todas las poblaciones de la zona.

Ciudad modernista

Hoy en día Carcaixent mantiene un riquísimo patrimonio humano, urbano y agrícola que tiene en el movimiento artístico del modernismo la manera de plasmar el esplendor y dinamismo que desbordaba la ciudad a principios del siglo XX.

Una buena manera de conocer ese patrimonio sería llegar en tren a Carcaixent. La estación está dentro de la ciudad, muy cerca de los restos de la otra línea ferroviaria que tuvo el municipio. Delante de la estación se encuentra el Magatzem de Ribera (1903), conocido como la Catedral de la Taronja. Un edificio eclecticista con rasgos modernistas que por sí solo justifica una visita a esta localidad de la Ribera Alta. La combinación de materiales, el cuidado trabajo de la forja y madera, la utilización de columnas de fundición o la racionalización del espacio lo convierten en una obra paradigmática de la época.

A partir de ahí el visitante puede continuar por las calles de la Missa y Sant Llorenç, donde se encontrará las casas de las principales familias locales que, enriquecidas por la naranja, reformaron sus viviendas con el gusto del momento. Siguiendo el camino se llega a la plaça Major, donde se puede disfrutar de un espacio urbano armónico, donde destaca la Parròquia de l’Assumpció, el ayuntamiento y el Palau de la Marquesa de Montortal, con una cocina del siglo XVIII única por sus características y conservación.

Desde ese punto hay diversas opciones. Se puede continuar por la calle Marquesa de Montortal para seguir admirando las grandes casas cargadas de detalles. Otra posibilidad es ir por la calle Santíssim y adentrarse en el casco viejo, donde se encuentran antiguas mansiones construidas gracias a la potencia de la industria sedera y reformadas con las ganancias del comercio naranjero. O también se puede buscar la calle Julià Ribera para cruzar así el ensanche modernista.