Víctor Manuel (Mieres, Asturias, 1947) presenta El gusto es mío (Aguilar), un libro de cocina y vida, trufado de anécdotas jugosas y rematado con algunas recetas, como un perol de patatas con carabineros, merluza a la sidra y, claro, fabada asturiana.

—¿Ha engordado escribiendo?

—Al final, cuando hicimos las fotos, estuve dos semanas cocinando y se me retiró el hambre.

—Un homenaje a su madre y a su abuela, a una infancia dura.

—En Asturias llamábamos guisanderas a las mujeres de los pueblos que hacían platos con lo básico, como las patatas a la importancia de mi abuela María. Afortunadamente se ha avanzado mucho y a partir de la tradición se han conseguido logros increíbles. Nunca ha habido tanta creatividad y tantos buenos cocineros en este país.

—Acaba de presentarse la guía Michelin del 2020. ¿La sigue?

—No especialmente. Hombre si estás en el sur y puedes, tienes que ir a Aponiente. Pero también hay una segunda capa de restaurantes, que incluso no tienen estrella, que conoces y sabes que no te van a defraudar. Incluso creo que hay restauradores tratados muy injustamente.

—Al hijo del ferroviario ver la matanza del cerdo le marcó.

—Lo ves desde el presente y dices ¡joder, pero en qué mundo vivía esta gente! Era un mundo mejorable en muchos aspectos. Estar en medio de la matanza, siendo niño, es de una brutalidad espantosa. Mi madre me dijo un día que, camino del colegio, tirara unos gatitos al río. No había comida para las crías ni hostias.

—Su primer recuerdo comiendo es muy cruel.

—Tenía 2 años y me acuerdo. Mis padres se iban a trabajar los dos y a mí me dejaban sentado en una mesa, atado con una correa a una reja y me ponían un bote con azúcar y un trozo de pan. A unos padres hoy les quitarían al crío por algo así, pero es lo que nos tocó vivir a una generación.

—Y de niño «ruinín» a un hombre con estómago de hierro.

—Aprender a comer tiene mucho que ver con los viajes. Recuerdo mi primera vez en Barcelona, en el año 65, para grabar unas canciones que iba a cantar en el Festival de Benidorm. Estaba en un hotelito en la calle del Carmen, cerca de la Boqueria. Allí descubrí los bacalaos, las anchoas... Comía en un restaurante que se llamaba Garduña, en la plaza, ya no existe. Los viajes para cantar por España me abrieron a un mundo de sabores.

—¿Y es verdad que ha llegado a planificar giras en función de los lugares donde iba a comer?

—Con la primera gira de El gusto es nuestro [con Ana Belén, Miguel Ríos y Serrat], escribí el diario de ruta, que el otro día estuve ojeando, y parece más un libro de gastronomía y una crónica de anécdotas en la mesa, que una gira de los cuatro. Desde hace muchos años hago recorridos en función de los restaurantes en los que vale la pena sentarse.

—Miguel Ríos me lo come todo, escribe usted.

—Se nota que ha sido niño humilde como yo, porque disfruta. Le he visto arrasando el bufet de los desayunos.

—Sabina es melindroso; su mujer, Jimena, le ha mejorado. Serrat es tiquismiquis. Le van a odiar.

—No, que va. Juanito es que se pone muy nervioso cuando no le llega la comida a su tiempo. Es como un niño pequeño cuando tiene hambre.

—Ana Belén es un pajarillo.

—Come muy poco. Todo el mundo se admira de lo delgada que está. Tiene la misma talla de ropa que cuando la conocí. Pero es que cena un yogur. Así no tiene mérito. Es voluntariosa y si hay que fregar los platos lo hace la primera, pero no cocina.

—Lo mejor, la sobremesa.

—Claro. Las hemos tenido memorables. La música nos ha permitido conocer a gente maravillosa. Recuerdo una noche, después de dar de cenar a Sabina, agarra una guitarra, canta A la sombra de un león y le dice a Ana: Esta para ti. La he hecho con el maestro Bardagí. Esas cosas a la gente normalmente no le pasan.

—Y como ama de casa, así se define, ¿qué tal la despensa?

—Bien surtida. Siempre digo que en caso de desastre nuclear podríamos sobrevivir 30 días.

—¿Me da su menú para fiestas?

—La discusión todos los años es la misma, porque mi hija quiere cordero y el resto de la casa, pularda. Últimamente hago las dos cosas y ya no hay peleas. Yo prepararía cosas sencillas, una cremita de primero. Lo que no hago nunca en Navidad es comprar marisco, no se me ocurriría nunca. Si alguna vez nos excedemos es porque encontramos unas angulas que están bien de precio.

—¿Está cocinando música?

—Retorno en febrero a la gira Casi nada está en su sitio y calculo que estaré hasta el verano. Y ya estoy pensando en hacer otro disco porque escribí 25 canciones y usé 14. No suelo hacerlo, pero esta vez sí las voy a reciclar.