El bigoleador Pablo Infante, verdugo del Villarreal y Juan Carlos Garrido, volverá hoy a su trabajo habitual en una sucursal bancaria. Compagina su profesión con una afición, la de ser futbolista, esa que le valió para hundir al Submarino, certificar el pase de su Mirandés a octavos de final de Copa y precipitar la destitución del entrenador amarillo.

Cuando acabó el partido, ese que catapultó a Pablo Infante, decenas de aficionados pedían la dimisión del entrenador a la puerta del palco. Dentro, en el vestuario, Fernando Roig ya estaba anunciando a los jugadores que iban a tener un nuevo técnico al volver de vacaciones, que Juan Carlos Garrido abandonaba el Villarreal. Los futbolistas no se mostraron sorprendidos al conocer la noticia. El capitán, Marcos Senna, reconocía que “es el peor momento” que ha vivido en este club. Y lleva nueve años aquí…

Para Marco Ruben, “el entrenador no era el problema, al campo entramos los jugadores y somos los máximos responsables”. Eso sí, el delantero no se explicaba el esperpento de anoche: “No sé cómo puede cambiar tanto un equipo, cómo se puede ir todo tan rápido, debemos mirarnos todos para dentro”. El argentino, visiblemente afectado, no encontró palabras para describir el estado del vestuario: “Hay poco que decir, en el campo se vio todo y solo nos queda pedir perdón a la gente porque hicimos el ridículo”.

El meta César Sánchez intentó explicar lo ocurrido: “El problema no es el rival, somos nosotros, estamos bloqueados. No vemos espacios y todo es negativo”.

Por último, Cani admitía que “nunca había tenido una Navidad tan mala” y asegura que el cambio de entrenador “no es una excusa. Debíamos reaccionar antes, pero por lo que sea no ha sido así. Todo nos sale mal”.