Una joven de Vila-real afincada en Benetússer: "Nos hemos visto abandonados, me han salvado los míos"
Más de una semana después del desastre, Juana Alejandra describe la caótica situación que han vivido en la zona
Sus padres y su hermana, propietarios de una carnicería en Vila-real, se han volcado como voluntarios en las zonas afectadas

El 29 de octubre de 2024 es una fecha que quedará marcada para siempre en la mente de todos los valencianos. Cuando pasen los años y se eche la vista atrás, seguro que todos recordarán qué estaban haciendo durante esa trágica jornada en la que se produjo la mayor catástrofe de la historia reciente de España.
Juana, una joven de Vila-real que vive en Benetússer junto a su pareja, acudió a su puesto de trabajo como en un día cualquiera. Su empresa se dedica a la cobertura de emergencias para personas de avanzada edad, los conocidos como botones de la esperanza, que muchos ancianos tienen en sus casas para alertar en caso de sufrir algún accidente doméstico y poder así contactar directamente con personal sanitario o de emergencia.
Fue este detalle de su contexto laboral el que hizo que tanto Juana como sus compañeros se diesen cuenta rápidamente de que algo fuera de lo común ocurría ese día en algunas comarcas del sur de Valencia. “Una gran avalancha de alarmas llegó desde primeras horas de la tarde desde miles de hogares de ancianos que aseguraban estar en apuros por el creciente nivel de agua en sus calles y viviendas”, comenta Juana.
“En ese momento alerté a mi pareja de que la situación se estaba complicando en la zona en la que vivíamos, y él decidió salir de casa en coche e ir a Valencia. No sé ni cómo lo logró, pero pudo salir de la ratonera en que se habían convertido las carreteras de esas poblaciones y escapar. Una vez aquí, pudimos encontrarnos y dormir en casa de una amiga”.
Vuelta a casa: "Nos hemos quedado sin barrio"
Cuenta Juana que, nada más despertarse, decidieron regresar a su casa, pero rápidamente se dieron cuenta de que Benetússer había quedado incomunicado, por lo que decidieron dejar el coche en una zona limítrofe a la tragedia y continuar a pie.
“El caos que vimos con nuestros propios ojos es indescriptible. Nos obligamos a avanzar porque teníamos mascotas en casa y muchos conocidos de los que no teníamos noticias”, recuerda, todavía angustiada. “Al llegar al barrio nos dimos cuenta de que ya no estaba, ya no era como lo habíamos visto; el caos era mayúsculo porque no había ni agua ni electricidad en muchas zonas, y muchas viviendas estaban arrasadas”, cuenta Juana.
Por suerte, esta pareja vivía en una cuarta planta y, con el paso de los días, ha podido localizar a todos sus conocidos, por lo que se considera afortunada.
"Cero ayuda, esto no se olvida"
Cuenta Juana: “Tardas en ponerte en situación; no eres consciente de que este tipo de cosas, que a veces suceden y ves en la televisión, pueden pasarte a ti. Además, una vez que empiezas a maquinar y a intentar solucionar los problemas que tienes enfrente, te das cuenta de que estás desbordado y de que no cuentas con ninguna ayuda. Cero ayuda, esto no se olvida”.
Con indignación, afirma: “Los equipos de rescate y emergencia tardaron muchísimo en llegar, de hecho, más de una semana después aún hay zonas que apenas han avanzado. Pero además, la sensación ha sido de que los primeros equipos profesionales que llegaron casi no ayudaban; se les notaba totalmente descoordinados y superados”.
Una ola de solidaridad sin precedentes
Los padres son uno de los muchos ejemplos de personas que han sido pilares esenciales para sacar a flote a la población de las áreas afectadas durante la primera semana tras la tragedia.
Se trata de Gonzalo Bustos y Sandra, vecinos de Vila-real y propietarios de una carnicería y varios food trucks, quienes, desde la mañana siguiente al desastre, se movilizaron a Benetússer con la suma de su otra hija María Luisa.
La tragedia cambió los planes de la familia: “Teníamos programado ir con el negocio a la feria de Todos los Santos de Cocentaina, pero decidimos reorientar nuestros recursos y equipos hacia la zona de desastre. Fue una decisión que tomamos junto con los trabajadores. No íbamos a quedarnos de brazos cruzados”, comenta Gonzalo.
Comida caliente, muchos viajes y pérdida de la noción del tiempo
Los dos primeros días concentraron su esfuerzo en llevar agua. "Fue muy duro. Tuvimos que arrastrarla con carros durante kilómetros, y la demanda era enorme", cuenta Gonzalo.
Pese a las dificultades no se dieron tregua: "Se trataba de cubrir una necesidad básica en un escenario en que miles de familias habían quedado sin electricidad y, en muchos casos, sin agua potable", relata este vecino de Vila-real.
A partir del tercer día, la familia empezó también a distribuir alimentos enlatados y otros productos de primera necesidad. En un momento en que el tiempo parecía haberse detenido, Gonzalo admite que comenzaron a perder la noción de los días: "No sabíamos si era lunes, martes o jueves. Solo sabiamos que había mucho trabajo por delante".
Con el restablecimiento de la luz en algunas zonas, Gonzalo y su equipo comenzaron a preparar comidas calientes en Vila-real para luego llevarlas a los afectados. Entre los platos solidarios que ofrecieron, prepararon guisos de alubias que se sirvieron a quienes seguían en situación crítica. "A veces, una comida caliente es justo lo que necesitas para recuperar algo de fuerza y ánimo", reflexiona Gonzalo.

Lucía Feijoo Viera / PI STUDIO
También se desplazaron a Paiporta, donde algunos edificios fueron evacuados por riesgo de derrumbe. Allí, colaboraron en la entrega de alimentos junto a otros voluntarios, incluyendo al reconocido chef José Andrés. "Nos hizo sentir que formábamos parte de algo grande y muy positivo”, afirma Gonzalo con orgullo.
Una labor que continúa
Gonzalo, Sandra y sus hijas están comprometidos a seguir ayudando mientras sea necesario. La devastación de la DANA ha sido profunda, pero historias como la suya brindan esperanza. "La ayuda a veces solo son manos y corazones, y nosotros aquí los ponemos", concluye Gonzalo.
La familia Bustos, como tantos otros voluntarios anónimos, se ha convertido en símbolo de la resiliencia y humanidad que emerge en tiempos de crisis. Gracias a su incansable trabajo, muchos damnificados han encontrado alivio en momentos de dolor e incertidumbre.
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