Se considera que la novela Frankenstein, de Mary W. Shelley marca los inicios de la ciencia ficción moderna tal y como hoy la entendemos. Cierto que su doctor Frankenstein parece más un alquimista que un científico --al menos en la forma en que hoy los imaginamos--, pero su especulación acerca de los deberes morales de un creador para con su criatura sigue vigente en cintas tan emblemáticas del cine más actual como Blade Runner, más de un siglo y medio después.

Julio Verne y H. G. Wells fueron los primeros exponentes de este género. La novela científica de Verne refleja la mentalidad científica positivista de la época. Por su parte, las elucubraciones sociales de Wells reflejan la súbita preocupación de la sociedad antes los vertiginosos cambios que traían los avances científicos. Dos formas de ver y entender la vida y la literatura. Dos formas de atraer a un público lector que ha demostrado ser uno de los más fieles sin duda alguna.

Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Arthur C. Clarke, John W. Campbell, Michael Moorcock, el genial Ray Bradbury... Todos ellos crearon un halo de misterio en torno a la ciencia y sus posibilidades. Todos ellos procuraron, de algún modo, transmitir al lector cierta angustia metafísica, desconcertante. Todos veían un futuro sombrío. He aquí que aparece la distopía, ese escenario aparentemente utópico o resultado de una tendencia o innovación aparentemente utópica que, sin embargo, esconde aspectos no deseables. Se dice que la literatura de ciencia ficción es distópica, pues ha servido para anunciar los peligros de la ciencia y la tecnología.

Existen novelas de ciencia ficción que han preconizado la muerte del individuo diluida su personalidad en la tecnificación y su voluntad sometida por los medios de comunicación que moldean la realidad. También las hay que se sirven de ambientes que se evaden por completo de la realidad cotidiana, mundos imaginarios en los que siempre están presentes algunas cuestiones científicas nada habituales. La novela La franja de vida (Círculo Rojo), de Gonzalo Gobert-Cézanne es una de esas.

Como bien incide Manuel Toharia, exdirector del Museo de las Ciencias Príncipe Felipe de Valencia, “Gonzalo Gobert-Cézanne no pretende anticipar cómo será el fin del mundo”. Y así es. El castellonense deja un final abierto. “Estamos ante una novela de ciencia ficción que transcurre en un futuro próximo en el que la humanidad se enfrenta a algo que pueda dañarla muy severamente”, explica Toharia.

LA TRAMA // La novela, según su propio autor, está concebida como una película de ciencia ficción apocalíptica. ‘La franja de vida’ es una historia de supervivencia frente a una catástrofe global. El lector se encuentra ante un drama ambientado en la pequeña villa agrícola de Airún, que queda arrasada por completo a causa de un terremoto de dimensiones colosales. La incertidumbre se cierne sobre los pocos personajes afectados, entre ellos Juan Orsi, quien intenta por todos los medios sacar a su esposa de un coma. Será él, junto a un profesor de apellido Zucker, el encargado de intentar desentrañar el misterio que rodea a la catástrofe. Como dice Toharia, esta es una novela exigente en la que “nada de los que se nos cuenta es imposible”.