la Orquesta Norwestdeutsche hizo honor a su fama y se manifestó en una más que correcta primera sinfonía de Prokofiev, con riquezas tímbricas, tiempos apropiados y acción equilibrada. El concierto de piano de Schumann tuvo un planteamiento muy sensitivo contando con un pianista que sobrepuso la sensibilidad al virtuosismo efectista y la emoción sobre la potencia. Fue prueba evidente el segundo movimiento lírico siguiendo la exquisita romanza que personaliza el cello y luego seduce el piano con sus arpegiaturas. La orquesta suntuosa y las maderas delicadas trazaron un intermezzo lleno de seducción hasta que las trompas dieron paso al movimiento conclusivo de fértil elegancia, sin arrebatos aunque con intención en las síncopas y sobre todo en el subyugante valseado final de creciente y pasional intensidad. El público premió con largos aplausos al pianista Igor Ardasev quien concedió sendos bises de Rachmaninoff y Smetana.

Peter Salomón tituló como ‘Júpiter’ a la postrera sinfonía de Mozart por su grandeza y vehemencia. Si la hubiera escuchado por la orquesta que la interpretó en el Auditori hubiera tenido que cambiar la designación por la de inquieta sinfonía romántica, porque en ella junto al aliento aristocrático de la versión hubo una pasión existencial e inquietante que la caracterizó en todo momento desde un vehemente y contrastado primer tiempo entre los “tuttis” y las respuestas de las maderas a un segundo ensoñado de aterciopelada morbidez en los arcos, con ciertos visos de trágica congoja. Los complejos contrapuntos de los dos últimos tiempos los resolvió Simon Gaudenz con preciso esmero valseando a uno el minueto con indudable resuello sinfónico, el mismo que tuvo, exultante de vehemencia, y tal vez cierto abuso de la intensidad de las dos trompetas sin pistones el alegro final, pero con diálogos fugados de cuidadoso esmero, algo que caracteriza las versiones más emblemáticas. H