Hace exactamente un año escribía en este mismo periódico que «si algún partido piensa que está libre de pecado y puede empezar a tirar piedras, más le vale un poco de reflexión y un poco de humildad. O un baño de realismo. Y no pensar que eso de la corrupción, siempre es cosa de los demás».

Palabras sin duda premonitorias, después de que la semana pasada un diario de tirada nacional, publicara los documentos de una investigación judicial y policial sobre la presunta financiación irregular de actos electorales de Compromís y del PSOE, en las campañas autonómicas y municipales del 2007 y generales del 2008.

No quiero caer en el habitual «¡y tú más!», pero tampoco acepto que ningún otro partido me diga «¡pero yo menos!». Y por lo visto la semana pasada, a las pruebas nos remitimos.

La corrupción es un lastre para la sociedad misma y la calidad de la convivencia democrática.

Todos los partidos que han gobernado se han encontrado con problemas de financiación irregular, y los que no, como Ciudadanos y Podemos, tampoco es que tengan sus cuentas demasiado claras --Libertas y Fundación CEPS; así como los informes del Tribunal de Cuentas--.

Podríamos dedicarnos a escandalizarnos y lanzarnos los trapos sucios, o tal vez sería mejor que nos dedicáramos a resolver de una vez por todas, la cuestión de la financiación de los partidos políticos y vigilar que no se vulnere la ley.

Es fácil practicar la agitación --especialmente desde la oposición-- porque el cinismo siempre es lo más fácil, pero no es lo que cabe esperar en un país civilizado.

La política no es sucia, ni es un agujero negro.

Basar el discurso político, como a menudo se hace, en la corrupción --sobre todo en la corrupción de los demás, claro-- es mediocre, estéril, y de escasas luces largas. Primero porque la pureza no existe; y segundo, porque no hay ningún proyecto político sostenible que pueda basarse en el odio a los defectos de los demás, porqué el odio siempre conduce al fracaso.

Aquellos partidos políticos cuya propaganda consiste en aplicarles a los demás la prueba del algodón, tienen poco de estadistas y mucho de histeria farisaica. Quienes viven de señalar el problema y no de encontrar la solución, carecen de inteligencia.

La corrupción es censurable y no solo puede ser corregida, sino que debe ser corregida.

Pero utilizarla como arma arrojadiza es cínico cuando quien más habla es quien más tiene que callar. Con las noticias aparecidas sobre la presunta corrupción de Compromís y PSOE, se puede concluir que quienes durante años han estado lanzando la primera piedra,… y la segunda, y la tercera; no solo no estaban libres de pecado, sino que presumían de virtudes públicas, cuando en el fondo eran un pozo de vicios privados.

Sería deseable un poco de prudencia, porque nos estamos jugando la convivencia democrática, que puede verse arrastrada por un tsunami populista teñido de totalitarismo.

*Vicepresidente y diputado de Cultura y Participación Ciudadana en la Diputación Provincial de Castellón