Querido lector, es evidente que los humanos (aunque en ciertos temas estamos más cerca de la conducta del primate que de lo que expresa el concepto humanidad), tenemos la costumbre de repetir una y mil veces, incluso durante toda una vida, frases, dichos, máximas, pensamientos o sentencias, que suelen expresar objetivos o ideales. Así, por ejemplo, una de nuestras fijaciones es la que hace referencia a la juventud en general y, a los niños, en concreto. En esa dirección solemos afirmar y repetir categóricamente, que la juventud es un divino tesoro. O, si prefieres, entre otras muchas, también se suele usar aquella que proclama la necesidad de amar, cuidar y preparar a nuestros jóvenes, a nuestros niños, porque en ellos reside la esperanza, el futuro.

A primera vista y, repito, como declaración de principios o intenciones, todas esas afirmaciones inteligentes y orgullosas están muy bien. Pero, de vez en cuando, y como esta pasando ahora, la realidad aparece como drama y uno se entera en los medios que existen publicas estadísticas que denuncian que nuestra juventud, que nuestros niños, sufren altas cuotas de fracaso escolar, paro y, peor aún, de malnutrición y desnutrición. Datos que señalan un fracaso colectivo como especie animal racional y como sociedad organizada en lo político y económico.

Seguro que toda esta desgraciada situación tiene que ver con el hecho cierto de que vamos dejando atrás la hegemonía del capital industrial y sufriendo los embates del capital financiero, con la perdida del protagonismo de la política y sus instituciones en democracia, con la falta de control del ciudadano sobre la política y la economía, con el abandono del bien común como objetivo. Pero, lo importante ahora, lo urgente delante del drama de la pobreza infantil y aunque solo sea un parche o corregir una chapuza, es exigir que se amplíen los fondos del plan contra la pobreza infantil (solo 16 millones), que se cambien los criterios de distribución que perjudican a las comunidades autónomas mas pobladas y, en consecuencia, que el Consell de la Generalitat Valenciana se sienta gobierno de los valencianos y actúe como tal: sitúe la defensa de las tierras y sus gentes, de sus niños por encima de intereses personales o partidistas. Lo otro, callar ante el PP, ante el Gobierno de su partido, como ya hicieron cuando Aznar impuso el modelo de financiación autonómica, solo nos conduce al drama social, a la perdida del control de nuestro destino, de nuestro futuro y de la autoestima. H

*Experto en extranjería