Lo más espectacular que ha pasado durante el fin de semana en el cónclave del PDECat no es lo más trascendente. El expresident Carles Puigdemont ha defenestrado a la hasta el sábado coordinadora general de la formación posconvergente, Marta Pascal, de una manera tan fulminante como despiadada y ha dejado la organización dividida en casi dos mitades. Se trataba de ajustar viejas cuentas pendientes, especialmente las gestiones de Pascal en las semanas posteriores al 1-O para intentar forzar elecciones en lugar de la proclamación simbólica que se hizo de la república y la decisión de apoyar la moción de censura de Pedro Sánchez. Puigdemont se ha vengado no solo de quien proponía decisiones diferentes a su parecer, sino también de quien se atrevió a llevarle la contraria. Algo de lo que los asociados del PDECat deben tomar buena nota para el futuro.

Lo más curioso y lo más trascendente al mismo tiempo es que las artes más viejas y antiguas de la política partidista clásica se utilizaron en esta asamblea para diluir al PDECat, heredero de la antigua Convergència, en la llamada Crida Nacional per la República. Una parte de las bases del PDECat confían en el simbolismo de Puigdemont para volver a ganar la partida en el campo independentista como ya hicieron el pasado 21-D.

Pocos ejemplos de caudillismo como este podríamos encontrar en la actualidad en la Europa democrática. De manera que, con el PDECat prisionero de Puigdemont, la mayoría de Pedro Sánchez en el Congreso es hoy un poco más débil.