Hay fechas que marcan un antes y un después y el 11 de septiembre de 2001 es una de ellas. A las 8.45 de la mañana (las 14.45 hora peninsular española), un Boeing 767 de American Airlines que cubría el trayecto Boston-Los Ángeles y había sido secuestrado con 92 personas a bordo se estrelló contra la torre sur del World Trade Center, uno de los grandes símbolos de la economía americana. A esa misma hora, Sergio Doménech y María José Estevez, una pareja de recién casados de Castelló, paseaba tranquilamente por Central Park y hoy, veinte años después, aún recuerdan cada minuto de lo que vieron . «Aquello no lo vamos a olvidar nunca. Imposible. Había cenizas por todas partes, papeles de las oficinas esparcidos por doquier, zapatos en el suelo...», rememora Sergio, que hoy tiene 47 años y trabaja en el sector de la hostelería.

La pareja había aterrizado en Nueva York a las 19.00 horas (hora local) del 10 de septiembre del 2001, apenas un día después de contraer matrimonio en la parroquia de la Sagrada Familia de Castelló. «La ciudad nos fascinó, pero esa tarde nos dio tiempo de ver poca cosa», recuerda Sergio. Por eso al día siguiente madrugaron, Y eso, seguramente, les salvó la vida. Su intención aquel 11 de septiembre era visitar las Torres Gemelas, pero como abrían un poco más tarde decidieron hacer tiempo y caminar por Central Park. «Estábamos frente al monumento dedicado a John Lennon cuando se estrelló el primer avión. Enseguida nos aconsejaron que volviéramos al hotel, que había una explosión», explica.

A medida pasaban los minutos fueron conscientes de la gravedad del atentado. «En el hotel, que estaba cerca del World Trade Center, pusimos a televisión y vimos las imágenes. En la calle, todos corrían aterrorizados», cuenta. Y mientras, ellos trataban a la desesperada de llamar a Castelló. «No teníamos teléfono móvil y en las cabinas cercanas al hotel se formaron unas colas monumentales. Al final logramos contactar con la familia y contarles que nos encontrábamos bien», dice Sergio.

La desolación y el caos se apoderaron de las calles de Manhattan. MEDITERRÁNEO

Vuelos cancelados

De no ser por los atentados, María José y Sergio hubieran permanecido cuatro días en Nueva York y otros cuatro en Punta Cana. «Se suspendieron los vuelos y no pudimos salir. Cambiamos de hotel y al final estuvimos diez días», describe esta pareja que no oculta su deseo de volver a Manhattan. «Nos gustaría regresar y ver una ciudad distinta a la que conocimos aquellos días, sumida en el caos».

Sergio y María José fueron a Nueva York de luna de miel y Rubén D. Artero realizaba una estancia postdoctoral en el Memorial Sloan-Kettering Center, en la calle 67 de Manhattan. Tras estudiar Bioquímica, este alcorino que hoy es catedrático de Genética en la Universitat de València, residía en la ciudad de los rascacielos desde 1996. «El impacto del primer avión me pilló en mi apartamento, preparándome para salir hacia el laboratorio, que quedaba muy cerca de donde vivía», describe mientras recuerda que nada más llegar al trabajo, sus compañeros y él abrieron el ordenador y siguieron los acontecimientos que iban retransmitiendo las televisiones.

Instante en que uno de los aviones impacta en las Torres Gemelas MEDITERRÁNEO

A Rubén le impactó la cantidad de personas que subían hacia arriba intentando salir de allí. Y también la sensación de que el mundo se acababa. «De pronto se esfuma toda la seguridad que uno tiene», argumenta mientras explica que las tarjetas bancarias dejaron de funcionar y las estanterías de los supermercados estaban vacías. «Es un momento tu vida cambia de manera radical».

Los días que siguieron al atentado, siguen frescos en la memoria de Rubén. «A los dos días recuerdo que estaba en mi apartamento y vi pasar un avión que volaba muy bajito. También hubo un accidente de avión y la gente entró en pánico», resume.  

Intercambio escolar 

Un día antes de los atentados, un grupo de 25 alumnos y 3 profesores del instituto Jaume I de Burriana, entre los que se encontraba Concha Llop, recorrían alegres y asombrados las calles de Nueva York. El centro tenía un acuerdo de intercambio con un colegio de High Town, en New Jersey, una población situada a un hora de la Gran Manzana. «En realidad, era el 11 cuando debíamos estar en Nueva York, pero lo cambiamos y el día de los atentados lo pasamos en el colegio», recuerda Concha.

Nada más conocer lo que estaba sucediendo a tan solo 60 minutos de donde se encontraba, Concha y el resto de docentes se pusieron en contacto con Burriana. «Enseguida llamé al instituto para informar que ese día no habíamos ido a Nueva York. Pero habían cortado las líneas, fue lo primero que hicieron y eso que aún no había chocado el segundo avión», rememora esta docente, ya jubilada.

Concha no respiró cenizas, pero vivió el drama en directo. «Lo más horroroso es que había alumnos americanos del colegio que tenían a sus padres u otros familiares trabajando en las torres gemelas». La vuelta en avión a España sigue fresca en su memoria. «Lo pasé mal. Había mucho silencio en el avión".