Las cuarenta de Pepe Beltrán | Algo más que un partido

Los jugadores del Castellón celebran un gol ante el Oviedo.

Los jugadores del Castellón celebran un gol ante el Oviedo. / Erik Pradas

Pepe Beltrán

Pepe Beltrán

Cuando el calendario te regala un acontecimiento como el de la última cita copera, rompe todos los esquemas y planificaciones. La menos importante es el aplazamiento un día de esta sección. Porque el regalo no es ya tanto, que también, el argumentario añadido para llenar estas líneas, si no lo que de verdad vivimos. Que Castalia lleva varios meses siendo una fiesta no deja de ser impresionante pese a que ya parezca una rutina el lleno, los cánticos y, sobre todo, los resultados. Pero lo del martes, ¡ay, lo del martes!, aquello ya fue el acabose. Único e incomparable.

A pesar de los años que uno lleve en el pescante, e incluso acumule partidos de los que se llaman históricos y sean varias las épicas vividas, contra el Oviedo tengo la impresión de haber alcanzado un clímax, superando todas las perspectivas emocionales y con el sentimiento elevado al grado del paroxismo. Sí, lloré. Escuchar a todo el estadio, jóvenes y mayores, entonar varias veces a cappella el Pam, Pam, Orellut resultó estremecedor, insuperable, indeleble en la memoria de aquellos que afrontamos cada cita en el estadio como algo más que un simple partido de fútbol.

Porque por encima de la gesta de eliminar de la Copa a un rival de superior categoría, amén de que cuenta con una vitola ganada a pulso durante su dilatada carrera, el éxtasis colectivo devino indescriptible. Tanto que el público no se fue cuando acabó el partido, siguió cantando y coreando la victoria mientras los jugadores saludaban por doquier y se implicaban en la celebración. A la que luego se añadió el presidente y su perro, Óscar, que ya se ha ganado el cariño de la afición. Ambos acapararon por momentos el reconocimiento del público, y Bob Voulgaris no podía disimular su satisfacción porque el músculo financiero no es sinónimo de éxito si no se ve acompañado de un buen trabajo.

Y ahí quería llegar yo. No creo que sea exagerado decir que ninguno de los 11.269 espectadores --¿solo?-- comulgara con la alineación. Demasiados suplentes, renegaba un veterano aficionado a mi lado. Es una falta de respeto al rival y a la afición, clamaba otro. Y Dick Schreuder nos demostró que tenemos dos equipos igual de buenos, de jugones y de competitivos. Falta nos va a hacer, el sábado en Córdoba y cada jornada para seguir conservando ese liderato que nos catapulte al ascenso directo.

Un olvido mayúsculo

La Copa ha tenido, desde 1903, varias denominaciones, con el apellido impuesto de la Coronación, del presidente de la República, del Generalísimo y hoy del Rey. Demasiada política y poco de deporte en el nomenclator. Pero ha acertado a mantener intacto un sabor a fútbol de verdad, más pasional y menos mercantil que el que prevalece en la competición liguera. Además, en citas como la del martes somos más dados a rememorar aquella final de 1973 contra el Athletic de Bilbao  --no es nostalgia, cenutrio, es orgullo--, así como recordar a cuantos nos han enseñado el camino de Castalia y nos han precedido en la devoción por esta suerte de religión que profesamos.

Por eso mismo me extrañó no ver en la grada a José María Arquimbau, maestro en las lides del periodismo y un amigo modélico al que no le gustará esta denuncia. Preocupado, pregunté por él y me tranquilizaron. Está perfectamente, pero ahora ya no se acuerdan de él en el club. Será que ya no es necesaria su mediación para conseguir patrocinios, para dar la cara en las visitas institucionales, ni para revestir de la autoridad que su sola presencia infería a los fastos del Centenario. Pasado el aniversario y abusado de su nombre, ya no ha sido invitado ni un solo día para disfrutar de su equipo y de partidos como el vivido contra el Oviedo, ciertamente irrepetible. No es desmemoria, es una falta de vergüenza imperdonable.