Sé, soy consciente, que cualquier tiempo pasado no fue mejor, a pesar de que, en ocasiones, uno sienta cierta predilección o enamoramiento por otras épocas. Existe una especie de romanticismo engañoso, es verdad, pero es inevitable pensar que ciertas formas de hacer, de actuar, eran mucho más dignas e inteligentes. Por poner un ejemplo, y centrándome en el ámbito literario, me resultan fascinantes las controvertidas pero extraordinarias pullas entre Góngora Quevedo o esos intercambios epistolares, repletos de erudición y de encanto que muchos escritores compartieron a lo largo de sus años. 

Pienso en ese ejercicio, para mí magistral, de argumentación, de plantear debates que incidían en el establecimiento de un diálogo que servía para reflexionar sobre cuestiones que, ahora lo sabemos, eran fundamentales para el desarrollo del intelecto. Quizá me invada una especie de desazón al pensar que en la actualidad no existen estos relatos, o si existen son mucho más agresivos, no tan elegantes, e incluso diría que sin sentido, pues en la actualidad se premia mucho más el ser pomposo. Y, claro, ya no nos tomamos en serio prácticamente nada, ni siquiera algo tan relevante en el pasado y en nuestro presente y futuro como la escritura, la literatura. Sin querer hacer de los literatos unos dioses, sí quisiera defender su valía, porque son ellos los que, a través de las palabras, han configurado una parte fundamental de nuestro pensamiento, ordenándolo y desordenándolo, introduciendo conceptos e imágenes absolutamente fantasiosas pero que han abierto nuestras mentes a una realidad abstracta pero necesaria.

Es una alegría inmensa, para alguien como yo, encontrarse con un libro como El arte de la ficción (Firmamento). En esta obra, con introducción de Álvaro Uribe y traducción de Juan José Utrilla, se recogen tres textos de tres autores muy diferentes entre sí pero que consideraron oportuno reflexionar sobre un mismo tema, publicando unos artículos que, con el tiempo, dialogan entre sí a la perfección y que nos ofrecen una visión más completa de la narrativa, de la literatura, del arte de la ficción. Walter BesantHenry James y Robert Louis Stevenson son los tres autores que sintieron la necesidad de compartir sus disertaciones sobre este tema, proponiendo una serie de planteamientos y contrarréplicas que son, ya lo avanzo, una pura delicia.

'El arte de la ficción' (Firmamento).

La idea principal de Besant cuando pronunció en 1884, en la Royal Institution de Londres, la conferencia El arte de la ficción, o una de sus mayores preocupaciones más bien, no era otra que elevar a los novelistas a la categoría de artistas, como lo eran también los pintores, escultores y poetas, y de considerar a la ficción como un arte. No obstante, Besant habló de que la novela, sin aventura, no es novela, lo cual despertó alguna que otra contrariedad en compañeros de letras, como Henry James, para quien la finalidad de la ficción era reproducir la realidad, o Stevenson, quien prefería ver la novela como el arte que se fija en las diferencias y en la imaginación. Los tres textos son una especie de guía sobre el arte de narrar y sus posibilidades desde distintos prismas, una maravilla.