El pintor Amat Bellés ha ubicado en el presbiterio de la gótica iglesia de El Salvador de Burriana un amplio mural sobre tabla, en el que ha pintado al óleo la imagen de Sant Blai, patrón de la localidad. Se trata de una tabla de 200x120 cm, en la que ha cuajado una obra de estilo gótico flamígero que ha pintado con la prolija minuciosidad y el preciosismo con que lo hicieron los artífices del siglo XV. Este periodo supone la barroquización del estilo gótico y se conoce como apelativo de gótico internacional o hispano flamenco. Este lapso final del último estilo pictórico del medievo se desarrolló en Borgoña, Bohemia y el norte de Italia a finales del siglo XIV y principios del XV. 

Los contactos de Castilla con Flandes por el comercio de la lana, vincularon en gran manera los dos territorios y sus pinturas llegaron a Castilla desde donde irradiaron al resto de la Península. La internacionalización del comercio y el impulso de la industria en las ciudades permitieron que los artistas viajaran por el continente, creando una estética común entre la realeza y la nobleza, y eliminando así el concepto de un arte extranjero. Las principales influencias estuvieron en el norte de Francia, los Países Bajos e Italia y de estas latitudes el estilo se extendió por toda la geografía del viejo continente.

Estilo pulcro y minucioso

Las labores de los miniaturistas góticos influyeron en el estilo que se llenó de pulcritudes, de rasgos muy minuciosos, de primores y esmeros, que convirtieron la realización de las pinturas en inverosímiles. Los plegados goticistas, aristocráticos en su sutil geometría, se hicieron referenciales. Los ropajes permitían humanizar las formas, algo que fue de advertir en las fisonomías.

Jan van Eyck, el Maestro de Flémalle, Hugo van der Goes, Robert Campin Roger van der Weyden, Dierick Bouts o Hans Memling fueron los maestros excepcionales que en tierras de Flandes dieron calidad y carácter al estilo. Estos excepcionales pintores influyeron en los italianos que supieron combinar con prodigiosa novedad un estilo de esplendor. 

Por el llamado camino español las influencias de los Países Bajos llegaron al norte de Italia donde cuajaron las escuelas de Duccio di Boninsegna, Simone Martíni, Giovanni Cimabue y Giotto. Este suculento potaje de mezcolanzas plásticas recaló en tierras hispanas y, particularmente, en los valencianos, que fueron los artífices de una edad de oro de la cultura en el Treccento y el Quatroccento. Sirva de avanzadilla la figura de Gherardo Starnina. Junto a él destacan autores como Nicolás Francés, Lorenzo Zaragoza, el Maestro de Villahermosa, Miquel Alcanyís, Marzal de Sax, Gonçal Peris, Jaume Mateu, Pere Nicolau y su discípulo Antoni Peris. En la vecina Cataluña, pese a la crisis de la centura, cabe destacar artífices en las fablas eclesiales como Luis Borrassá, Bernardo Martorell, Ramón de Mur o Pere Lembrí, activo en las comarcas de Tortosa y el Maestrazgo.

Gótico internacional

La concomitancia de la gran burguesía con la nobleza hizo humanizar mucho los motivos. A ese procedimiento luminoso que dobla las formas al ritmo de un trazo más maleable se atiene un privilegio de las veladuras de intención en las curvas y los pliegues sinuosos. A estos factores se suman la elegancia de los colores y de las actitudes. Sin duda, el gótico internacional es un arte cortesano, pero también burgués, testigo del gusto de una sociedad espléndida, que hace elogio del dinero y que gusta del fasto y el ceremonial.

A estos valores se acoge Bellés para cuajar su pintura de Sant Blai. Tiene una visión frontal cuajada en la opulencia y en la majestad. A uno le viene a la memoria compararlo con la obra de Bartolomé Bermejo, de Santo Domingo de Silos, de 1477, que puede admirarse en el Museo del Prado. Y cuaja la comparación, no solo por las casi idénticas dimensiones, sino por la resolución del motivo y el tratamiento pictórico. Ambas tablas presentan una composición en isósceles, con el santo sentado en un trono de arquitecturas flamígeras. La sobresaliente figura del santo se dispone frontalmente. En la proporción recuerda a Hugo van der Goes, muy admirado por el pintor. 

El Sant Blai de Bellés posee un rostro muy realista y de una gran humanidad, con un hálito del final del Quatroccento. Los efectos de luz que utiliza el pintor proporcionan una sólida corporeidad a la figura y la hacen destacar del resto del cuadro. Ese realismo en el rostro denota influencia de la escuela flamenca. Se ha utilizado el pan de oro al modo de los iconos bizantinos, lo que es típico de la pintura medieval en España. Este oro se ha mezclado con el óleo que es el aglutinante capital que cromatiza la obra. No sería la obra del pintor de los tondi y las pechinas del Lledó si no hubiera en la pintura iconografías muy singulares de lo territorial y de cierto propósito guasón, muy del cuajo burriananse. Así, el cerdito (no entro en la parodia chancera del gentilicio de los habitantes de la villa), al que en su legendaria biografía se dice que devolvió a la vida, aparece en uno de los brazos del trono y es acompañado de un oso en el otro apoyo del sitial. 

Asombra la cantidad ingente de detalles icónicos en el suelo con cerámicas valencianas del s. XV, en la cornisa del templete, en el verde damasco del fondo de seductores y mórbidos reflejos cuajados en veladuras, en las volutas de los laterales del trono, en la capa pluvial, intensa corpórea, táctil, prodigio de filigranoso miniaturismo con la probidad de pintar, incluso con sombras, los hilos de oro. Por último, cabe hablar del áureo báculo que en su voluta explicita la lucha del bien y el mal.

Bellés ha trabajado con inspiración para sentir el aliento gótico, con historicismo para devolver a la pintura su originalidad de la pintura del s. XV, con fascinación para enquimerarse como el más esmerado miniaturista, con todos los detalles de una pintura escrupulosa y con suficiencia racional para devolver al s. XXI la ejecución de los pormenores pictóricos de hace 700 años.