Desde hace varios años, en el Real Madrid se está apelando al espíritu Juanito, para arreglar los desaguisados en el terreno de juego, y al espíritu Bernabéu, intentando que vuelva el señorío de antaño, que fue santo y seña del club. Pero no hay manera.

Unos por otros, y la casa sigue sin barrer. Ramón Calderón entró con mal pie a la casa blanca y, mientras no lleguen los éxitos, le será recordada su falta de palabra, con las hipotéticas promesas de Kaká, Cesc y Robben. Al menos, Florentino prometió a Figo y lo cumplió. Aun así, el primer gran error del presidente actual fue su falta de valentía a la hora de hacer limpieza general en una plantilla desfasada y decadente, en la que la que muchos de sus componentes rinden más anunciando relojes, perfumes, maquinillas de afeitar y botas, que en el terreno de juego.

En ese tema, la culpabilidad ha de ser compartida con su director deportivo, Pedja Mijatovic. Ahora, sobre la marcha, se ha tenido que hacer la esperada revolución. Y qué decir de Fabio Capello y su fútbol cavernícola, que es toda una invitación al bostezo y al aburrimiento. Solo faltaba que Calderón se soltara el pelo con declaraciones propias de barra de bar y que el técnico, además de hacer peinetas al buen fútbol, se las hiciera al socio que paga religiosamente su entrada. El panorama de este club es más que sombrío. El Real Madrid es hoy en día la casa de los espíritus. Después de miles de millones gastados hay que apelar a los muertos...