Después de superar al Atlético y al Villarreal por duplicado y de vencer en San Mamés, el Levante no podía ser un rival que interrumpiera la racha de victorias (ya son 11) del Barça de Luis Enrique, que en ese apartado ya se emparenta con el de Guardiola. No podía serlo y no lo fue. Le cayeron cinco en Valencia y le cayeron cinco ayer pese a sus esfuerzos por evitar la tunda. Mariño procuró perder el máximo tiempo posible para limitar los daños, pero no pudo contener la voracidad azulgrana. El inagotable hambre de Leo Messi.

Fiel a su costumbre, la Pulga quiso enmarcar una efeméride (su partido 300 de Liga) con una actuación que la adornara. El astro se cascó un triplete, el 31 de su carrera. Tan habituado está en lograrlos (el quinto esta temporada), que no se esperó a recoger la pelota que le correspondía. Salió luego del vestuario con las firmas de todos, como es tradicional, pero con una rúbrica que dibujará un trazo más florido. La de Luis Suárez, que anotó el mejor gol con una chilena que debe servirle para expulsar los complejos. Incluso de ser el tercero de los tres delanteros y no solo por el orden de los goleadores que fustigó a un Levante que nunca ha puntuado en el Camp Nou.

Messi y Neymar (también Mascherano) sobrevivieron a la revolución de Luis Enrique en la alineación (ocho cambios), pero al uruguayo lo sustituyó Pedro. El único que no marcó. El canario no desmereció a ninguno de sus encopetados compañeros. Pedro representó el triunfo en la sombra, el indispensable apoyo del futbolista que necesitan las estrellas para llevarse portadas y premios. Corrió sin parar. H