El tema del optimismo ha suscitado debates tanto en personas legas como versadas en la materia. En la mayoría de los casos se debaten definiciones distintas del concepto (esperanzado, perseverante, luchador...vs iluso, ignorante, ingenuo...) en la mente de las personas, cada una con su propia definición distinta influida por sus propias vivencias emocionales, sin saber que quizás estén más de acuerdo de lo que creen (nadie piensa que ser un iluso es de admirar).

Con permiso del lector iré desgranado mis argumentos desde diversos ángulos empezando desde lo científico, a lo familiar y privado terminando por lo universal y conocido por todos (o casi todos)

En primer lugar, el estudio del optimismo no es algo reciente. La investigación científica en animales y humanos se remonta a casi más de 40 años (véase Abramson, Seligman y Teasdale, 1978). Las personas con un enfoque optimista creen que los contratiempos son temporales y variables y piensan, “esta situación pasará, puedo hacer algo al respecto y se trata de algo puntual en mi vida” lo que les da una sensación de dominio de sus vidas que se traslada en acciones concretas en su entorno como motivadoras para lograr sus metas vitales. Por el contrario, quienes suelen pensar “durará para siempre, trastocará todo y no puedo hacer nada al respecto” se vuelven indefensos, se quedan paralizados, y son “presa fácil” de la depresión (Seligman, 2011). Los investigadores citados, junto con muchos otros, tienen el mérito de haber descrito, no sólo un modelo teórico y medidas de evaluación psicológica que miden el nivel de optimismo, sino también intervenciones para fomentar el optimismo como un factor protector de problemas emocionales y promotor de bienestar psicológico, habiéndose probado la eficacia de estas técnicas (véase Brunwasser, Gillham y Kim, 2009).

Me es curioso que psicólogos bien formados critiquen este enfoque cuando es objeto de estudio en la carrera de Psicología desde hace, al menos, 15 años como puede verse en diversos manuales de Psicología Básica, que suele considerarse un ámbito con un mayor control en los experimentos científicos de laboratorio. Puede verse, por ejemplo, el Manual de Aprendizaje y Condicionamiento de Romero, Jara y Campoy (2001). No recuerdo ningún revuelo en el estudio de estos modelos. Más bien lo consolidado y respaldado por el gran conjunto de investigaciones y sus repercusiones en diversos campos (como en el estudio de las adicciones, depresión, de la motivación académica, del ocio etc…). Muy interesante y relevante para nuestro país son los estudios de programas de prevención de la depresión en desempleados, concretamente me refiero al programa JOBS diseñado por un grupo de la Universidad de Michigan (véase Curran, 1992; Price, 1992; Caplan, Vinokur y Price, 1997) donde una de las habilidades que aprenden es el optimismo. Dada la incertidumbre, los contratiempos y las negativas que necesariamente deben de atravesar los buscadores de empleo, convendría que se vacunaran ante el derrotismo (Goleman, 1998). Aprovecho para mandar una reflexión e incitar a personas interesadas a ponerse en contacto con el Grupo de Trabajo de Psicología Positiva del Colegio Oficial de Psicólogos de la Región de Murcia, dado que estamos planificando una investigación aplicada en este sentido.

Por otra parte, podemos ver en nuestro entorno cercano modelos de optimismo y esperanza. Debo decir que he aprendido mucho del estudio de los artículos y libros de Seligman, de mis tutores Javier Méndez y Judy Garber, así como de otros profesores pero he aprendido mucho más de ver a una mujer excepcional, Mari Carmen, mi madre. Observarla en su vida y oír su historia de resistencia ante adversidades desde su joven adolescencia con la agónica muerte de mi abuela, la lucha y perseverancia con esperanza ante la difícil enfermedad de mi padre, durante 20 años, y gracias a Dios con final feliz encontrando un tratamiento eficaz, sus explicaciones empáticas y optimistas cuando aparecían discusiones o conflictos con hermanos, compañeros, amigos y demás, o para disfrutar y saborear lo que ha salido bien y agradecer lo que se tiene en la vida. Persona querida más allá de la familia extensa. Mucha gente se acerca a ella buscando esperanza y alegría. Gracias por ser como eres y darme la oportunidad de disfrutarte y aprender de ti. El optimismo, la alegría, empatía y la creencia de que el cambio es posible, que aplico tanto en mi vida personal y profesional, te lo debo en gran parte a ti así como también a mi padre, Juan Manuel, luchador incansable ante las adversidades como ha demostrado al llevar su difícil enfermedad y darnos su ejemplo.

Por último, el optimismo es también la capacidad de imaginar un mundo mejor. Ya lo decía Willis Harman (1988) “si cambiamos conscientemente la imagen interna de la realidad, las personas pueden cambiar el mundo”. Un pesimismo abstracto y negativo dirá “el mundo es así y siempre será así”. Un enfoque optimista podrá vislumbrar un mundo mejor como ya imaginaba Martin Luther King en su famoso discurso “yo tengo un sueño” y mirará de forma realista su mundo actual descubriendo las claves que están en su mano cambiar, se “remangará la camisa” y se pondrá manos a la obra. Estamos en una época de crisis, oportunidades y cambios, imaginemos un mundo mejor y pongámonos manos a la obra haciéndolo realidad. Bravo por el optimismo y la esperanza.

Esta temática ha sido uno de los tópicos que abordé en la 9ª edición del ciclo de conferencias de psicología y desastres que tuvo lugar en el IES Francesc Ribalta. Este ciclo es una de las acciones que todos los años organiza el Observatorio Psicosocial de Recursos en Situaciones de Desastre (OPSIDE) de la Oficina de Cooperación al Desarrollo y Solidaridad (OCDS). El objetivo del mismo es hacer llegar a la población castellonense información y recursos sobre diferentes temáticas, en este año, el optimismo, para que puedan poner en práctica en su día a día. H

*Psicólogo. Colaborador del Observatorio Psicosocial de Recursos en Situaciones de Desastre (OPSIDE).