El mantra se repite en cada estado, aparece en cada discurso de cada candidato... "Empleos, empleos, empleos". Unos los prometen, otros los reclaman, y todos, incluyendo al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, saben que la situación económica en un país, que rara vez se ha enfrentado a una tasa de paro como el 9,6% actual, es la clave de las elecciones del martes, en las que se renueva toda la Cámara baja y un tercio del Senado y se elige a 37 gobernadores.

Para Obama, no obstante, los resultados de esos comicios marcarán algo más que la agenda de respuesta ante la crisis. La amenaza de la pérdida de la mayoría demócrata en las dos cámaras pone en jaque la segunda mitad de su mandato. O, por lo menos, permite anticipar dos años en los que cualquier avance legislativo será mucho más complicado todavía de lo que lo ha sido hasta ahora.

Aunque Obama llegó a la Casa Blanca con una promesa de promover el diálogo y la colaboración entre los dos grandes partidos, la división entre demócratas y republicanos se ha acentuado en sus dos primeros años en el Despacho Oval, y a partir del día 3 está por ver si Obama decide dar un giro hacia el centro similar al que dio Bill Clinton tras perder las cámaras en 1994.

De momento, el presidente ha centrado sus esfuerzos en apoyar la reelección de los demócratas. Pero no todos los candidatos de su partido creen que les ayude contar con la presencia o el apoyo del presidente. Su índice de aprobación sigue en descenso y sus logros legislativos se han convertido en regalos envenenados. Nunca había entrado tanto dinero en una campaña para elecciones legislativas. Nunca había sido tan oscuro el origen de esos fondos.

Esta cita electoral del 2010 tiene particularidades que abren muchos interrogantes, no solo para los demócratas. El mayor triunfo del Tea Party es que ha colocado al Partido Republicano ante la disyuntiva de dar un giro hacia el conservadurismo más acentuado o tratar de mantenerse en un espectro moderado.