Hace cuatro años Angela Merkel podía permitirse irritar a las autoridades de Pekín recibiendo al dalái lama. Ahora Wen Jiabao ha visitado Berlín y el lema del encuentro parecía ser el del respeto mutuo. El primer ministro chino venía con unos deberes, aunque fueran cosméticos, hechos. Pekín había puesto en libertad al artista Ai Weiwei y al disidente Hu Jia, aunque se trata de una libertad vigilada. Merkel no se calló una referencia a los derechos humanos, pero lo hizo con discreción.

En cuatro años, las cosas han cambiado radicalmente en Europa. La Unión se muestra cada vez más desunida, la crisis no da respiro y el euro está en la cuerda floja. En estas circunstancias, que alguien esté dispuesto a echar una mano comprando bonos de varios países europeos, invierta en empresas industriales y haga declaración de confianza en el euro y en el proyecto europeo cuando los mismos europeos la están perdiendo, bien merece un trato con guante de seda.

También ha habido cambios en China en estos cuatro años. Su economía ha seguido creciendo. Superó a Japón como la segunda del mundo y en el 2010 le arrebató a Alemania el primer puesto que ocupaba como la gran potencia exportadora. Pero todo proceso tiene sus contradicciones. Si las europeas son las de haber lanzado una moneda única sin una política financiera y fiscal común, China se enfrenta ahora a las suyas. Se multiplican los llamados eufemísticamente incidentes masivos que no son otra cosa que protestas violentas ante las transformaciones aceleradas que vive la sociedad china. También una naciente clase media reclama menos corrupción y más calidad de vida, mientras se