Un refrán popular beduino dice que si tienes un saco de ratas, la única manera de conseguir que no escapen es agitándolo permanentemente. Eso es lo que ha hecho Gadafi con su población durante más de cuatro décadas, hasta que el saco se ha roto y las «ratas» -como él mismo denominó a los revolucionarios- lo han encontrado en una alcantarilla y han acabado con él. La era Gadafi ha terminado con esta curiosa metáfora, pero ahora viene lo difícil. El reto no es solo construir un Estado donde no lo había, sino crear un proyecto común y rehacer una sociedad que el dictador se encargó de dividir para evitar que nadie amenazara su poder. Hasta ahora todos los rebeldes, desde los bereberes de las montañas a las milicias de Misrata, compartían la idea común de acabar con Gadafi.

Pero lo que pueda ocurrir a partir de ahora ya es otra historia. A diferencia de Túnez o Egipto, en Libia no hay un sentimiento nacional y aunque el Consejo de Transición reúne a todas las facciones, la lealtad de cada una de ellas, y sus estructuras de mando, tienen referentes locales. Por eso, aunque el conflicto pueda dar paso a una nueva primavera, es bastante probable que sigan considerando sus armas como la mejor garantía para defender el poder conseguido. La victoria sobre el régimen no hubiera sido posible sin el apoyo aéreo de la OTAN, que ha rebasado largamente el mandato que recibió cuando se temió que el asedio a la población en Bengasi podía acabar en una tragedia similar a las que dejamos pasar en Srebrenica o Ruanda.

La coalición ha acompañado a los rebeldes hasta la victoria en una lectura muy generosa de lo que significa proteger a la población amenazada. Ahora la batalla ha terminado y lo lógico es pensar en una retirada inmediata como primer síntoma de que por fin dejamos a los libios que decidan su futuro sin mas intervención. El dictador ha muerto y viendo las imágenes de júbilo en las calles podemos celebrar que el saco se haya roto y las ratas de Gadafi se hayan convertido finalmente en ciudadanos que pueden moverse libremente. La cuestión es saber hacia dónde se dirigen. A pesar del apoyo internacional, el Consejo de Transición está cuestionado.

Las tensiones han sido muy visibles durante la revuelta, y el temor a que Libia acabe descuartizada en reinos de taifas no es menor. Es previsible que en un país donde no hay partidos, ni oposición, ni sociedad civil organizada y donde la economía vivía subvencionada con los beneficios del petróleo, repartidos a capricho del dictador, las dificultades se multipliquen antes de que la idea de una democracia empiece a tomar forma. La muerte del tirano no tiene por qué significar automáticamente un futuro mejor, pero por difícil que sea el camino es la primera vez que podrán recorrerlo solos, libremente.