En agosto, los funcionarios de Guangdong, en el sur de China, negaron la entrada al misionero Franco Mella, con visado regular. En las semanas siguientes, varios sacerdotes con visado fueron devueltos a Occidente. Es algo habitual. Sin embargo, el 14 de julio, el sacerdote chino José Huang Bingzhang fue consagrado obispo sin el permiso del Papa, que lo excomulgó. Un mes antes había sucedido lo mismo con el obispo Pablo Lei Shiyin. Y esto ya no es lo habitual.

"Las excomuniones son irracionales y groseras, y la Iglesia china no se detendrá", protestó el portavoz de Exteriores del Gobierno chino, Yang Yu. "China desprecia al Vaticano", rebatió el cardenal chino José Zen Zekiun, exarzobispo de Hong Kong.

Los dos últimos obispos ilegales se suman a una decena más consagrados sin permiso del Pontífice. El incidente más grave ocurrió hace un año: unos 40 obispos fueron obligados a formar una especie de conferencia episcopal china a espaldas del Vaticano. Debían haber asistido más, pero se escondieron o ausentaron por enfermedad.

CAMBIO DE ACTITUD La Santa Sede teme que Pekín trate de crear una Iglesia católica cismá-tica de la de Roma. Durante más de 50 años ha respondido a la represión china con flexibilidad, pero ahora replica con dureza. En China, "Cristo es rechazado, ignorado o perseguido", ha denunciado Benedicto XVI.

Nunca se había llegado tan lejos. En 1949, tras la victoria comunista, Mao Zedong declaró al nuncio vaticano, Antonio Riberi, "persona no grata". Desde entonces los dos estados no tienen relaciones. Los papas han apuntado al reconocimiento diplomá-tico. Y China oscila, según prevalezcan en el Partido Comunista los radicales o los aperturistas.

Pekín afirma que si el Vaticano quiere relaciones, debe romper con Taiwán y "no inmiscuirse en sus asuntos internos". Los pontífices mantienen en Taiwán solo un negociado para asuntos ordinarios que, afirman, desaparecerá "un minuto después de que Pekín acepte las relaciones".

La "ingerencia en asuntos internos" tiene más miga porque si un obispo dice que abortar es pecado, se mete en asuntos internos; si un cura apoya el derecho a sindicarse, es ingerencia. También es ingerencia que el Papa nombre a los obispos. Este es el quid, porque limita el derecho de la Iglesia en sus asuntos, que China también se arroga.

En 1957 Mao nacionalizó la estructura de la Iglesia católica en el país, incluidos curas y obispos, que años después cobrarían incluso un sueldo del Estado. Pero la mayor parte pasó a la clandestinidad. Así pues, en China conviven actualmente una iglesia gubernamental y otra clandestina fiel al Papa. Los seguidores de la primera son 5,5 millones; los de la segunda, 10 millones. La división acorazada de Pekín es la Asociación Patriótica (AP), vinculada al Partido Comunista.

En la AP, a los obispos los elige una asamblea de sacerdotes, monjas y laicos, y los confirma un consejo episcopal. El Vaticano no discute la fórmula, pero quiere que el candidato pida su aprobación. En el seminario de los patrióticos de Pekín también estudian clandestinos y hay un retrato de Benedicto XVI. En algunos templos primero celebran misa unos y después los otros.

Pero ha sucedido lo inesperado: la iglesia oficial se está haciendo con la clandestina y el portavoz de Exteriores Yang Yu ha advertido de que "las acciones de Pekín son indispensables para la supervivencia de la Iglesia". El Vaticano ha defendido "el derecho de los católicos a actuar libremente y permanecer fieles al sucesor de Pedro".

Si la situación no cambia, el Papa podría tener que excomulgar a la comunidad patriótica, como hizo Juan Pablo II con los lefebvrianos. Con la diferencia de que los católicos patrióticos son más de cinco millones.