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Crisis del coronavirus

Mascarillas obligatorias, test cada tres días y cuarentenas: China persiste en su política "covid cero"

Estudios chinos y extranjeros alertan de que el fin de las restricciones dejaría más de un millón de muertos por la baja vacunación de ancianos y la precaria red sanitaria rural

Un ciudadano se somete a un test. EFE

Mientras en los países europeos se van levantando las restricciones derivadas del coronavirus y se diseña cómo convivir con el virus en una fase de pospandemia, China persiste en la política de covid ceroLas mascarillas son obligatorias aún en espacios públicos cerrados y frecuentes en las calles. No se entra en bares, restaurantes o supermercados sin mostrar en el móvil el resultado negativo de un test realizado en los últimos tres días.

Los quioscos para los tests integran ya el mobiliario urbano. El Gobierno ordenó que cualquier ciudadano dispusiera de uno a menos de 15 minutos andando y la directiva se cumplió con generosidad. En Pekín los hay en casi todas las esquinas, atendidos por funcionarios en sus trajes de protección integrales, y basta con evitar las colas de la hora del almuerzo para ventilarse el trámite en unos pocos minutos. El día a día exige unos mínimos incordios ya interiorizados.  

Los lamentos llegan con la movilidad. Salir del país está desaconsejado por los numerosos tests que exige el aeropuerto y la cuarentena forzosa al regreso. Los riesgos de tropezarse con algún brote tampoco incentivan el turismo interno ni los viajes de trabajo. Es recomendable asegurarse en las vísperas de que el destino es una “zona verde” para evitar los problemas al regreso o las cuarentenas pero ninguna precaución impide que los casos emerjan tras aterrizar. Miles de chinos quedaron atrapados en la isla tropical de Sanya por una decena de contagios, condenados a ver las playas de arena blanca y aguas turquesa desde la habitación del hotel. Otros destinos turísticos como Xinjiang, Tíbet o Yunnan también han arruinado vacaciones con cuarentenas activadas a la carrera.  

Protocolos estrictos

Los protocolos son estrictos y los despidos que desencadena cualquier brote impiden la manga ancha. Un funcionario frente a la duda de su futuro o el sentido común siempre acudirá al libreto. La epidemia ha devuelto el protagonismo a los comités de barrio, atareados en las gestiones más banales hasta que sobre sus hombros cayó el cumplimiento de la política anticovid. Muchos les achacan un celo que roza el despotismo. Unos extranjeros que se preparaban para disfrutar de la libertad en Pekín tras la cuarentena preceptiva en Tianjin al llegar a China fueron informados por sus comités de barrio de que necesitaban otra adicional por llegar de una ciudad con casos. Importó poco que insistieran en que no pisaron la calle en Tianjin y que llegaron a Pekín en la furgoneta que les había recogido en la puerta del hotel. El propietario de un bar de Sanlitun, el epicentro de ocio pequinés, lamenta que la ventolera diaria del policía local decidirá si podrá servir copas, comida o enchufar el altavoz.  

Incertidumbre y hastío

La incertidumbre, algunas arbitrariedades y el hastío han limado el entusiasmo popular hacia una política que ha blindado al país de las mortandades y las recesiones globales. Los chinos están lejos de considerarla una cabezonería estéril y ajena a la ciencia y la razón, como se presenta a menudo en Occidente, pero emergen las dudas. Dos acontecimientos han agrandado la disensión. El primero fue el drama de Shanghái, una chapuza provocada por la pulsión cosmopolita de unas autoridades locales que desdeñaron la fórmula china y dejaron que los casos se amontonaran hasta que no hubo más remedio que encerrar a 25 millones de personas durante casi tres meses. El segundo fueron los 27 muertos en un accidente de autobús en Guizhou. Eran contactos de un positivo a los que se conducía de noche a centros de aislamiento a cientos de kilómetros y en las redes se popularizó el mensaje de que la política covid cero mataba a más gente que el covid.  

Apertura en el horizonte

Cuándo la jubilará Pekín es la pregunta del millón. Varios estudios científicos chinos y extranjeros alertan de que la alegre apertura que recomiendan voces occidentales dejaría más de un millón de muertos por la baja vacunación de ancianos y la precaria red sanitaria rural. Pero la política es insostenible a medio plazo y Shanghái ya acreditó el fracaso de la tercera vía. La única certeza es que China tiene un problema mayúsculo.  

Muchos pronostican una apertura tras el inminente Congreso del Partido Comunista de China con el mismo optimismo con el que la habían anunciado tras la Asamblea Nacional Popular, los Juegos Olímpicos de invierno de Pekín o las vacaciones de Año Nuevo. Nadie sabe la fecha de entrada de China en esa normalidad global de fronteras abiertas, ausencia de mascarillas e indiferencia por la cifra de muertos y las secuelas. 

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