Nos despertamos a las 6.30. Mi mujer vuelve a tener guardia de 24 horas en el hospital. Creemos que en breve regresará la normalidad al horario de los sanitarios, pero certeza no tenemos ninguna.

Hablando de certezas, lo primero que hago tras desayunar es navegar por internet y leer las quejas de varios trabajadores y empresarios que afirman, entre apenados y enfadados, que aún no han cobrado nada de lo prometido, o que la cantidad satisfecha es muy inferior a la esperada. Lo que no saben es que, por quejarse de lo inaceptable, van a engrosar las filas de la ultraderecha, al menos para los voceros subvencionados más infames. El caso es que nuestros representantes ministeriales afirman ante las cámaras, con certeza, que han destinado no sé cuántos millones a esto y no sé cuántos millones a aquello, pero la realidad es que esa pasta o no llega nunca o tarda una eternidad. Aquello del relato versus realidad se está cumpliendo más que nunca.

A las 9.30 nos ponemos con los deberes de mis hijos. Conectamos con la web Mestre a casa y… ¡Sorpresa! Se cuelga. Así que echamos mano del email que sus profesoras nos han enviado. Hoy toca Castellano, Valenciano, Matemáticas y Sociales. Me preguntan por las sílabas tónicas de varias palabras, por la definición de sustantivo y adverbio, y por cuatro cosas más. Están que se salen.

Entre tanto me toca trabajar un poco. Preparo un par de notas de prensa y corrijo algunos textos. Se nota, se siente, el curro está presente.

A las 12.00 salgo a comprar el pan y el periódico. A ver qué buenas nuevas nos trae el cuarto poder.

Lo que más llama mi atención es el desconcierto que denuncian los trabajadores de los centros de salud de la provincia. El que la consejera Barceló haya enviado su plan para los próximos días a Madrid sin hacerlo público en casa mosquea a propios y extraños. Esta buena mujer es la que dijo hace unos días algo así como que el hospital Provincial de Castellón estaba fuera del covid-19, generando el enfado de sus trabajadores. No sale de una para meterse en otra. Es lo que ocurre cuando alguien ocupa un cargo para el que no está capacitado, que le queda grande, vamos.

Para cuando hago la siesta del borrego, la ciudad parece distinta. Es curioso lo mucho que cambia el bulevar de una hora a otra. De una franja a otra del desconfinamiento.

Para comer preparo una gran ensalada y pechugas de pollo con queso y jamón. Todo un clásico hogareño.

Durante la sobremesa vemos la primera temporada de una serie de dibujos que hemos descubierto y que está bastante bien. Se titula Glitch Techs, Muy recomendable.

A las 17.30 salimos a la calle para nuestro paseo diario. Mis hijos se calzan los patines y vuelan sobre el carril bici mientras mi perrita y un servidor intentamos no perderlos de vista, forzando el paso, y sudando la gota gorda.

A las 20.00 salimos a aplaudir al balcón. Cada vez hay menos gente dando palmas. El movimiento de los balcones se acerca a su fin. Languidecerá durante unos días más y, una buena tarde, fenecerá.

Cenamos unas tortitas de maíz con lechuga, tomate, queso, jamón serrano y salsa mexicana. Pica un motón. Nos reímos y vemos quién sufre más. Mi hijo pequeño es el primero en rendirse.

Y así pasa un día más sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor