Desde mediodía, el volteo general de campanas anunciaba la llegada de una jornada importante para Nules. En los porches del ayuntamiento, los miembros de la brigada descargaban y repartían cañas y en numerosas casas olía a verde y a flores silvestres. El ajetreo era distinto al de cualquier otro día, porque decenas de familias se preparaban para celebrar la fiesta más singular, la que distingue a la ciudad de otras localidades de la provincia, les Barraquetes.

Ya por la tarde, reeditando la misma escena que vienen protagonizando generaciones y generaciones de nulenses, empezaron a acceder por las calles que confluyen en la plaza Mayor personas cargadas con construcciones tan efímeras como identitarias, porque resulta sencillo identificar a Nules con tres cañas, que harán de patas, unidas en un vértice para lograr dibujar una cabaña floral.

Y así todos se sienten partícipes de una tradición que se alimenta de la memoria, la que le permite al recuerdo revivir días pasados, como le sucede a una vecina que podría representar a muchas como ella, María Gavara, que tiene una vaga imagen de cuando, en su infancia, se implicó en esta celebración que, por aquel entonces, se organizaba en la calle Santa Teresa, junto al convento de los Carmelitas.

Años después, embebida de esa tradición «tan nuestra», durante casi 20 años cumplió con el ritual de construir barraquetes para sus nietos, dado que cuando sus hijas tuvieron edad de sumarse, la celebración había decaído incluso hasta el punto de desaparecer.

Pero como la huella que dejan algunas costumbres populares es difícil de borrar, por mucho que pasen los ejercicios, les Barraquetes volvieron y los nulenses se volcaron en esa recuperación que hoy sigue estando vigente.

Como sucedió con los nietos de María, que con pocos meses ya asistieron a la procesión del jueves siguiente al Corpus, en la que desfila el Santísimo bajo palio acompañado por los niños de primera comunión, Nules volvió a pasar ayer el testigo de su herencia cultural a las nuevas generaciones.