Encuentras a un amigo o a algún conocido por la calle e invariablemente acabas por hablar de política, callejera, naturalmente. Soy consciente de los límites de mi ignorancia en esta disciplina, pero también reconozco los de mi vecino. Y así acabamos enzarzándonos en vanas discusiones, no solo de políticas internas, sino también de actualidad internacional.

Ya en el silencio de la noche revivo un poco lo que, a lo largo del día, hemos hablado. En la duermevela, sin saber por qué, ha venido a mi mente el conocido mito de Sísifo, versión Camus. Los dioses castigaron al “héroe del absurdo” a rodar sin cesar una roca hasta la cima de la montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Y así un día y otro día. Es el esfuerzo inútil e incesante del hombre, decía el autor.

En otro sentido muy diferente, bastantes de los acontecimientos actuales recuerdan ese esfuerzo constante, pero, al parecer, inútil. Escuchamos todos los días discusiones circulares que nacen y mueren en el mismo lugar; es el regreso de Sísifo en busca de la pesada roca en un ejercicio aparentemente estéril. Ocurre algunas veces en política: ¿hay crisis de la política o hace falta una política de la crisis?

Los ciudadanos de a pie estamos esperando con incierta esperanza el desenlace de Sísifo. El individuo, añadía Camus, no puede nada y, sin embargo, lo puede todo. Pero se exige pensar en los demás. H