El padre Ángel García Rodríguez (Mieres, 1937) llega hoy a Castellón para hablar de la figura del cardenal burrianense Vicente Enrique y Tarancón. Será en una charla (19.30 horas) que se enmarca dentro de los actos que la Diputación ha preparado para celebrar el 110º aniversario del nacimiento de este insigne eclesiástico. El Mes Tarancón comienza, no obstante, a las 19.00 horas, con la inauguración de una exposición sobre el legado, la vida y la obra de este burrianense con vínculos con Vila-real, compuesta por una treintena de piezas de patrimonio personal cedidas por la familia del cardenal, así como por ambos ayuntamientos, entre cuadros, manuscritos e incluso la indumentaria religiosa del que fuera durante una década presidente de la Conferencia Episcopal Española.

«Es el merecido homenaje a uno de los castellonenses más ilustres y con mayor calado en el pasado siglo», como destacó ayer el diputado de Cultura, Vicent Sales. «Castellón podrá conocer la verdadera dimensión de Tarancón, una figura clave en la transición democrática de España que supo hacer de los valores de concordia, reconciliación y dialogo los mejores pilares sobre los que construir esta sociedad», apostilla el diputado.

--Padre Ángel, ¿qué descubrirá del cardenal de Burriana en su ponencia?

--Diré que fue el primer obispo de Mensajeros de la Paz, la oenegé que yo fundé. El cardenal fue un profeta para nosotros, porque hace cincuenta años escribió en una libreta: «Que esto sea como un grano de mostaza que fructifique y de buenos frutos». Pero, sin duda alguna, hablaré del gran cura que fue Tarancón, además de obispo. Fue el párroco que todos hemos soñado o nos hubiera gustado ser. Ese cura de pueblo que fumaba contigo un pitillo, que se tomaba también contigo un café… Y recordaré algunas de sus palabras, entre ellas, las que se referían a que «hay que creer en Dios, pero también en los hombres».

--Este aniversario de su nacimiento es una buena oportunidad para recordar la memoria de un hombre clave. ¿Verdad?

--Efectivamente, es un buen momento para ahondar en su persona y en su ministerio. Podríamos incluso decir que fue un predecesor del papa Francisco. El cardenal Tarancón, al igual que el papa Francisco, manifiesta serenidad ante las adversidades de los suyos. El burrianense sufrió más con los de casa (los propios obispos y sacerdotes) que con los de fuera. Y es que lo que más le duele a uno es que los suyos no es que no sean amigos, sino que se conviertan en adversarios.

--¿Cómo definiría a este gran hombre de Iglesia?

--Fue un hombre bueno que a cualquier persona le hubiera gustado tener como tío o simplemente como familiar. Un eclesiástico cercano al que podías llorarle, contarle tu historia… Con respecto a mi oenegé, he de decir que el primer dinero con el que empezamos Mensajeros de la Paz fue el que consiguió él, con los libros que vendía.

--Le tocó vivir momentos difíciles en un régimen político complejo…

--Encontró a muchos que le hicieron la contra. Incluso, como sabéis, le quisieron llevar al paredón. Él lo tenía claro: creyó en Dios y en los hombres (entre ellos, en Suárez, Fraga, Carrillo….). Hay que creer en todos.

--¿Con qué se quedaría de la figura del cardenal Tarancón?

--Me quedo, sin pensar, con su sonrisa, sincera. Cuando no había explicación ni motivos para ello era capaz de sonreír. Y miraba mucho al cielo. Incluso llegó a decir que «hay que mirar más al cielo que a Roma», porque en aquel entonces muchos estaban más pendientes de Roma y del Vaticano que de otras cuestiones más importantes para los fieles.

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