Después de encadenar 39 partidos sin conocer la derrota, el Barça solo ha ganado uno de los últimos cuatro encuentros. El bajón ha sido espectacular, por el contraste con la magnífica cadena de resultados que invitaron a propios y extraños a dar por cerrada la Liga. Ahora todos la ven abierta después de que el once azulgrana haya sumado solo uno de los últimos nueve puntos.

El soci anda preocupado por la dinámica de su equipo y por la desconexión que parecen sufrir sus estrellas. Messi carece de la profundidad y la puntería habitual. Y Neymar vive angustiado porque ha descubierto, aunque no lo diga, que de Brasil volvió otro jugador. Nada que ver con la chispa y la velocidad de antes, cuando el 11 sostuvo al equipo en los dos meses en que tuvo que vivir sin el 10, postrado en la enfermería. Y el Barça, construido por y para los delanteros, vive inquieto su semana negra, con la Liga más apretada que nunca, y jugándose el miércoles su futuro europeo en el Calderón.

PREOCUPACIÓN // Necesita Luis Enrique recuperar la mejor versión de ambos delanteros, capitales para entender el éxito de su obra. Añora el equipo esa eficacia de las estrellas, a pesar de que Suárez está firmando números de extraterrestre (45 goles en 45 partidos). Pero con la contundencia del nueve, decisivo en la remontada sobre el cuadro de Simeone en la ida con sus dos tantos (2-1 para los azulgranas), no basta. Urge al técnico reconstruir la confianza dañada de Messi, líder y faro del Barcelona, y reflotar a Neymar.

No resulta casual que la peor racha del Barça (dos derrotas, un empate y solo una victoria en los cuatro últimos encuentros) haya coincidido con ese extraño viaje a lo desconocido emprendido por el 10. Y el 11. Se han apagado los dos al mismo tiempo como prueba su falta de eficacia: 0 goles lleva el argentino; uno, y de penalti, rubrica el brasileño. De repente, los focos de Messi y Neymar han dejado de iluminar el ataque provocando un cortocircuito en el Barça. No, no es un problema físico, ni tampoco de que el peso de la temporada vaya debilitando sus piernas. A Messi, que volvió feliz por reencontrarse con el cariño de la afición argentina, se le ha visto más lejos de la banda derecha que de costumbre. Se asoma Leo al centro, interviene bastante más en el pase y en la asociación, pero es menos decisivo en el remate (solo cinco a puerta en 360 minutos) y no influye tanto en la elaboración de los goles.

Aunque vive su peor racha de cara al gol en los últimos cinco años (estuvo 417 minutos en la temporada 2010-11 con Guardiola, la de la cuarta Champions), Messi no se esconde. Parece que va llamando a su propia puerta convencido de que llegará el gol 500 de su carrera (estará a dos) y sacará, al mismo tiempo, al Barça de esa tormenta de dudas que le azota. El miércoles es el día. No hay más margen de error. H