Nació el 17 de febrero de 1993, exactamente, ya lo saben, nueve meses después de que Julià Márquez y Roser Alentá viviesen en el sofá de su casa de Cervera (Lleida), con la pasión de dos enormes culés, el triunfo barcelonista en Wembley y saltasen de gozo, de placer, de satisfacción con el gol de Ronald Koeman.

26 años y 231 días después, Marc Márquez Alentá se ha convertido en el campeón más joven de la historia de todos los tiempos, en el hombre que, desde que se coronó campeón de 125cc, en el 2010, con Derbi, no ha cesado de impresionar a todo el mundo, managers, organizadores, ingenieros, técnicos, mecánicos, rivales y público. Márquez no solo ha protagonizado la década más prodigiosa de todos los tiempos del 2010 al 2019, momento en que se convierte en el piloto más joven de la historia en poseer ocho títulos (en sustitución del británico Mike Hailwood, que lo fue, en 1967, con 27 años y 112 días), sino que ha marcado un estilo propio de pilotaje, superando el aterrizaje y enseñanzas mostradas, hace ya varias décadas, por los norteamericanos Randy Mamola, Kenny Roberts, Freddie Spencer, Wayne Rainey o Kevin Schwantz.

Los sustos de Alzamora

Porque Márquez ha sido y es otra cosa. No se trata solo de trazar las curvas con más del 60% de inclinación, que resulta admirable y casi contra las leyes de la física, tampoco de rozar sobre el asfalto con el codo, rodilla y hasta con su culo, se trata de convertir, a lo largo de toda esa década, su hobby, su diversión, su entretenimiento de la infancia («está claro que, cuando lo veías con nueve años, sabías que estabas ante un auténtico fenómeno», reconoce Guim Roda, su técnico a los 9, 10 y 11 años), no solo en su profesión sino en un modo de vida, en su pasión. De ahí que uno de los grandes secretos de Márquez, reconocido ahora por todos e inimitable, por más que lo intenten sus adversarios, es poseer lo que él denomina sus «dos familias, la de casa y la del circuito». Y ahí es donde interviene, también a lo largo de esa década, no solo papá Julià sino también Emilio Alzamora, que confiesa que, gracias a que este chicho «va repartiendo alegrías y éxitos todos los fines de semana», a él, probablemente, le dé un ataque al corazón.

Aquellos inicios familiares

Esa década nace del mimo de Julià y Roser por sus dos hijos, Marc y Àlex, y por la pasión, sin intención de retorno alguno, de que ellos disfrutasen de su divertimento preferido. Atrás quedan aquellos años de cámping y desplazamientos de toda la familia en el coche a párkings de supermercados o a circuitos de karting para correr con la minimoto, antes de dar el salto a los grandes trazados. Y, por supuesto, el mimo con que mamá preparaba los batidos de fruta que hicieron crecer al pequeño Marc. Esa familia sigue unida, por más que Marc esté a punto de inaugurar su nueva y espléndida casa en Cervera y ame, dicen, apasionadamente, a la joven Lucía Rivera, de 21 años.

Durante esos diez años, tanto Alzamora como Julià, siempre en la sombra pero siempre presente, han ido escogiendo y seleccionando a los hombres que, liderados por el ingeniero de suspensiones Santi Hernández, formarían parte de su grupo de trabajo en el boxe, primero en la categoría de Moto2 y, ahora, en MotoGP, aunque tardase un año en juntarlos a todos en el team Repsol Honda. Ahí están, como manos derechas de Hernández, Carlos Liñán, jefe de mecánicos, y Jordi Castellá, el mecánico de confianza de Marc.