Melena, camiseta verde sin mangas y piratas blancos. La imagen de Nadal en Roland Garros del 2005, estirado sobre la arena tras batir a Puerta, nada tiene que ver con la del campeón que ayer levantaba la Copa de los Mosqueteros por 12ª vez. La transformación ha sido tan brutal como eficaz. «Aquel tenista era número 2 en el 2005 y sigue siéndolo en el 2019. Para seguir al máximo nivel ha tenido que evolucionar, sí o sí», valora Carlos Moyà, su entrenador ahora, pero que en esa época lo conocía ya muy bien. Entrenaban muchas veces en Mallorca, y el campeón de Roland Garros en 1998 ya le daba consejos. Nadal ha evolucionado. En el 2005 ganó el título devolviendo siempre una pelota más. Su servicio apenas superaba los 180 km/h. Con esas armas pudo vencer en semifinales al entonces indescutible Federer. Quince años después Nadal le dio otra lección sobre tierra.

Después de tanto tiempo, 39 enfrentamientos (14-2 en tierra para el mallorquín), Federer sigue sin encontrar la fórmula para ganarle. Y, a sus 37 años, difícilmente la encontrará. «Nunca he encontrado a alguien que juegue como él para poder entrenarme», admitía Federer. «Tampoco yo he encontrado a nadie que juegue como Federer para entrenarme», decía Nadal. Pero esa situación nunca le ha agobiado como al suizo.

Nadal siempre ha tenido un plan. Su tío Toni le enseñó desde pequeño a afrontar los partidos, a tener un plan y ejecutarlo. Buscar el camino para ser el mejor. Eso es lo que ha hecho siempre. «Mi objetivo cuando entro en un pista es hacer lo que sé, bien. Puedes reajustar cosas, pero si cambias de estrategia en función del rival, tendrás problemas. Tengo confianza en mi plan de juego», explica Nadal. «Hay unas carencias físicas propias de la edad, pero las ha cubierto con más experiencia y conocimiento del juego. Rafa ha estado en constante evolución», cuenta Moyà. Nadal ha mejorado en todos sus golpes. Ahora puede sacar a más de 200 km/h, su volea es más efectiva, la derecha más poderosa y ha transformado el revés en una segunda derecha que destroza al rival. La evolución ha sido geométrica, pero nada fácil. Desde que Moyà se incorporó a su equipo como entrenador ha tratado de convencerle que podía ganar igual con menos tiempo y desgaste.

No ha sido fácil. Las lesiones y las dudas han estado presentes desde que tuvo el problema en la planta del pie tras su primer Roland Garros. El año pasado tuvo que parar tras el Abierto de EEUU y aprovechó para operarse del tobillo izquierdo.

Las malditas lesiones

Debutó en Australia, donde alcanzó la final ante Djokovic, pero la tendinitis en la rodilla derecha le hizo retirarse en Indian Wells. La temporada se complicaba y la gira en tierra no fue como esperaba. En Montecarlo encajó un 6-0 de Fognini y cayó en semifinales. En Barcelona, la situación cambió. «Para llegar arriba hay que subir los escalones de uno a uno». Y eso es lo que ha hecho hasta la cima de París. «Hace poco ni sabíamos si estaría compitiendo aquí», reconoció ayer tras ganar, aún en su pista talismán.