La campaña citrícola está en un punto álgido. Faltan pocos días para entrar en las fechas navideñas, el pico de consumo de cítricos en los principales mercados de consumo en Europa y EEUU, y las compraventas de fruta a pie de campo marchan a buen ritmo. España es el primer exportador de cítricos a nivel mundial, un hecho que solo hay que atribuirlo a la calidad de nuestros frutos. Tenemos unas clementinas excelentes, únicas, y así lo saben reconocer los consumidores más exigentes de los mercados de mayor poder adquisitivo. Solo un hecho: con menos producción nuestras exportaciones son las mismas que el año pasado.

Pero una vez más, nos encontramos con los problemas de siempre. Más de lo mismo. Es cierto que los precios de las operaciones de este año son superiores a los de la temporada pasada. Pero con el hándicap de que la producción ha caído más de un 20 por ciento. Es decir, al final, lo que se gana por un lado, se pierde por el otro.

Mientras tanto, vemos cómo nuestros cítricos se comercializan a unos precios estratosféricos, como por ejemplo, más de 4 euros la malla de un kilo en un puesto de Dinamarca o los 2,99 euros de promoción en las clementinas de San Nicolas, en Bélgica. La conclusión es más que clara. Mientras que los consumidores adquieren su fruta a unos niveles óptimos y a unos precios que dejan margen más que suficiente al resto de la cadena, el primer eslabón, el agricultor, el que pone en marcha toda la maquinaria que hace que se muevan el resto de las piezas, es la parte más débil sin ningún tipo de duda.

Asistimos con satisfacción a informaciones que hablan de que el sector está ampliando mercados y abriendo otros nuevos, algunos tan lejanos como China, Corea, Canadá o Australia. Y nos parece fenomenal, porque esta estrategia beneficia a todos. Pero es hora de que devolvamos la dignidad a los agricultores. De exigir que todas las operaciones se hagan con contratos cerrados y estipulados, sin dejar los acuerdos al libre albedrío. El fruto del esfuerzo de los citricultores no puede depender de la arbitrariedad de terceros, por la posición de dominio que tienen sobre el mercado. Y esta situación no tiene que ver con las fluctuaciones del aforo de cada temporada.

Desde Fepac exigimos que el Ministerio y la Conselleria de Agricultura utilicen todos y cada uno de los instrumentos que tienen a su alcance para proteger a los agricultores, y que estos puedan percibir unos precios justos y que dignifiquen una labor demasiado llena de incertidumbres. En las mismas condiciones que se aplican a otros productos, caso del sector lácteo. Hacen falta políticas ambiciosas con visión a medio y largo plazo. De lo contrario, dejaremos de ser la tierra que produce las mejores naranjas del mundo. Hay mucho en juego. Sin presente, no hay futuro.