Este domingo comenzamos el tiempo litúrgico de Adviento. Tiene este tiempo tres dimensiones. El Adviento mira al pasado: Jesús, el Mesías y Salvador anunciado y esperado durante siglos por el pueblo de Israel, ya ha venido a nuestro mundo; en el Adviento nos preparamos para celebrar con gozo la Navidad, el nacimiento de Jesús en Belén hace más de dos mil años. El Adviento mira al presente: Jesús es el Señor muerto y resucitado, para que en él tengamos la vida y salvación de Dios. Y el Adviento mira, finalmente, al futuro, hacia la segunda venida de Jesucristo al final de los tiempos para llevar a total cumplimiento su obra de salvación y reconciliación de toda la humanidad y de la creación.

Toda la vida de un cristiano debería ser un Adviento permanente; el señor viene constantemente a nosotros, a nuestras vidas, a nuestro mundo; y pide ser acogido. El cristiano ha de estar atento a la venida del señor en el presente y vivir con esperanza su venida en el futuro; y ha de hacerlo con una fe viva, hecha obras de amor, con verdadera hambre de Dios y con una presencia misionera en el mundo.

Nos toca vivir en una situación social, política y cultural que intenta desalojar a Dios de nuestra vida y neutralizar la presencia de los cristianos en el mundo, confinando la fe a la esfera de la vida privada o de la conciencia. Mostremos nosotros públicamente los signos cristianos de la Navidad.

Vivamos cristianamente el Adviento. Esto comporta vivir este tiempo con alegría y esperanza, pero también atentos y vigilantes ante la venida presente y futura del Señor Jesús. Al mirar el futuro nuestros ojos se vuelven hacia el presente para acoger de corazón a Cristo que sale a nuestro encuentro y vivir en el día a día la novedad de nuestro bautismo y nuestra condición de discípulos y testigos del Señor con fidelidad, intensidad y autenticidad crecientes.

*Obispo de Segorbe-Castellón