Mª Ángeles Pallarés, alcaldesa de Canet lo Roig, todavía recuerda cuando las calles de su localidad estaban repletas de niños en bicicleta. Añora los días en los que las personas mayores se sentaban con vecinos y amigos en la puerta de sus casas para hablar sobre lo que acontecía en el pueblo. Hoy, en esa localidad del Baix Maestrat la tradición de salir a la fresca, tan popular en nuestra provincia, ha desaparecido y las pandillas de jóvenes son casi una especie en extinción. Canet ha perdido casi a la mitad de sus vecinos en los últimos 40 años. A este fenómeno se le conoce como despoblación.

Pallarés nació en 1978, a las puertas de la democracia, y ha seguido de cerca la evolución de un municipio que hoy dirige. «Cuando yo iba al colegio, éramos 80 alumnos y teníamos un centro independiente. Ahora se ha convertido en un CRA -Colegios Rurales Agrupados— que compartimos con la Jana y Cervera. De todos los niños que éramos en mi generación, solo tres vivimos en Canet. La gente que tiene que salir para estudiar o trabajar, no vuelve y no lo hace porque faltan oportunidades», reflexiona la munícipe con resignación.

Un desierto demográfico

Pero el de Canet no es, ni mucho menos, un caso aislado. El desierto demográfico amenaza ya a la mitad de los municipios de Castellón (con menos de 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado). Hasta 23 localidades de las comarcas del Alto Palancia y del Mijares están ya en riesgo de desaparición, según los parámetros de la Unión Europa.

En el primer grado de alerta se encuentran Arañuel, Argelita, Ayódar, Barracas, Castillo de Villamalefa, Cirat, Cortes de Arenoso, Espadilla, Fanzara, Fuente la Reina, Higueras, Ludiente, Matet, Pavías, Pina de Montalgrao, Puebla de Arenoso, Sacañet, Toga, El Toro, Torralba del Pinar, Torrechiva, Villahermosa y Villamalur.

Rosa María Guillermo, alcaldesa de uno de estos pueblos --Matet--, intenta mirar al futuro con optimismo, pero reconoce que la situación es «muy complicada» y que la visión positivista parece casi utópica.

En 2018 nació en esa localidad un bebé, después de años sin alumbramientos, y fue todo un acontecimiento para sus 84 vecinos. Sin embargo, la alegría duró poco. La familia abandonó el pueblo meses después ante la ausencia de otros niños. «Los padres me dijeron que se iban a vivir fuera porque querían que su hijo tuviera amigos con los que jugar y es totalmente comprensible. Aquí, el día que se acaban las fiestas de agosto el pueblo muere. No tenemos industria ni negocios, no hay recursos y tampoco hemos contado con la baza de la inmigración. Estando en activo es muy difícil plantearse vivir en Matet», lamenta la alcaldesa de un municipio donde la edad media de sus vecinos supera ya los 70 años.

Raíces en los pueblos

La historia se repite, generación tras generación, en miles de familias de Castellón: raíces en los pueblos, pero vida en las ciudades. Uno de tantos casos es el de Conxa Culla y José Alberto Bigné, un matrimonio de Traiguera que tuvo tres hijos en los años 50 y 60. Ninguno de sus descendientes se quedó a vivir en el municipio, pues los estudios y el trabajo condujeron sus vidas hasta Castelló y Barcelona. Paralelamente, otro ejemplo de éxodo se dio en el Alto Mijares, donde otra pareja de la misma quinta dejó su pueblo natal, Campos de Arenoso (dinamitado para construir el actual pantano de Arenòs). Cruz Calpe y Eliseo Balaguer se establecieron en Castelló en busca de un futuro más próspero. Ni ellos ni sus tres hijos --afincados en la Plana y en Holanda-- volverían jamás a la vida rural.

Falta de oportunidades

La directora general de la Agencia Valenciana Antidespoblament, Janette Segarra, incide, precisamente, en que «el factor económico» y «la falta de oportunidades» son la clave a la hora de abordar la despoblación. «La mayoría de estos municipios viven de la tierra y de todo lo que ello comporta; por tanto, si esta deja de ser rentable, los cultivos se abandonan, la gente se va y se cierran los comercios», recalca la responsable de la recién creada institución, con sede en Castellón --la provincia que presenta una situación más preocupante de la Comunitat Valenciana, con 79 localidades en riesgo de despoblación--.

Las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) son demoledoras. Algunos ejemplos de la sangría demográfica del interior provincial los encontramos en Ares del Maestrat, que se ha quedado con 190 habitantes de los 466 que llegó a tener a principios de los 80; Benassal, con una merma del 30% --de 1.529 a 1.084--; Castillo de Villamalefa, de 225 a 101; o Cinctorres, que ha perdido 200 vecinos en 40 años -son 399 frente a los casi 700 de 1981--.

Mientras los municipios costeros y aquellos con industria no han dejado de crecer -ejemplos son Castelló (+26%), Benicàssim (+74%), Burriana (+22%), Onda (+31%), Orpesa (+81%), Vila-real (+25%), la Vall d’Uixò (+18%) o Vinaròs (+39%)--, el interior sufre una oleada de éxodo demográfico. Sin embargo, todavía hay lugar para la esperanza y así lo expresa María José Tena, la alcaldesa de Castell de Cabres, la localidad más pequeña de la Comunitat.

«En el pueblo viven ahora siete personas durante todo el año --censadas hay 19, según el INE--, pero la población no está envejecida», destaca la munícipe. «Tenemos que ser optimistas, vivir el día a día, sin prisas. Castell de Cabres es ideal para retirarse y en verano se llena de gente que vive fuera. Podemos pensar en que un día vuelvan. Creo que la preocupación real sobre la despoblación no está en los pueblos pequeños, sino en los grandes de interior que tiran de nosotros. Dependemos de ellos y cuando los grandes pierden, perdemos todos», reflexiona.