Un año más, y muchos desde el siglo XIV, Sant Antoni del Porquet, Sant Antoni Abat, visita la provincia con renovada celebración, pues la fiesta, salvo la recesión que se experimentaba en la década de los 60, sigue incrementándose en público y relevancia.

Más de 60 santantonades arderán entre el día 11 de este mes y finales de febrero (la última, la Todolella, del 23 al 25). Todas ellas tienen como protagonista al santo y, como eje central, el fuego. Un fuego distinto en cada población, pero el mismo para todas; unos actos similares, pero también diferentes. No puede faltar la dedicación religiosa, ni la hoguera ni los matxos ni los mayorales ni la comida y repostería festiva ni el teatro popular ni la música -sobre todo la dulzaina- ni las competiciones. Todo lo mismo, pero diferente. Y la diferencia se aprecia en las distintas comarcas, ya sea en Els Ports, ya en la costa o en el interior.

Cada zona se distingue por las peculiaridades que encierra. Y algunas son sorprendentes: ¿ha oído el lector hablar de els botets de Forcall o de las botargas, por ejemplo? ¿O del contrabando de Morella o la Pujà del Raval de Borriol o del tropell de Vilanova o del reparto de las típicas pastas en Benicàssim u Oropesa o Vila-real o de l’Alcora o del teatro popular -la Vida del Sant- de Vilafranca, Morella, Forcall o Canet o de les relacions de Albocàser o del dimoni de Benicarló o…? La fiesta, sea donde se celebre, es una rica y original muestra etnológica, singular, de antiguos festivales ígnicos puestos hoy bajo la advocación de un santo tan popular como San Antonio Abad.

REPOSTERÍA

Particular interés reviste la repostería local que ofrece variadas formas y sabores dignos de un estudio particular: rotllos, rotlletes, coquetes, pastissets, primes, prims, cascaranyes, casquetes son muestras que endulzan la noche sanantoniana, sin dejar de lado las comidas típicas y reguladas -algunas por antiguos documentos- que se ofrecen. El frío, en esa noche, desaparece mientras las revoltosas pavesas de las cálidas hogueras intentan lamer el cielo. Se trata de una noche inolvidable y llena de calor humano en cuyos actos subyace siempre el recuerdo de antiguos rituales.