Han vuelto a desempolvar los avíos tras más de tres meses guardados en el esportón esperando volver a acariciar el albero. La cornada del coronavirus rompió las ilusiones de estos muchachos que sueñan con ser toreros y que se prepararon a conciencia para la esperada cita de la Feria de la Magdalena que nunca llegó. En el momento justo en que ya se hacía difícil conciliar el sueño, con los gatos en la barriga arañando el valor a la espera de que sonara el Pan y toros del mestre Gargori, el maldito marrajo invisible obligó a doblar capotes, plegar muletas y colgar los vestidos de luces. Ahora, aunque con un futuro sin despejar, sin apenas festejos y suspendidas muchas fiestas, los alumnos de la Escuela de Tauromaquia de Castelló han vuelto a reaparecer, siempre con la ilusión en sus ojos y un optimismo desbordante a la espera de que salga el toro por toriles. Esa es la esperanza.

Primer tentadero

Hace ya varios días que las autoridades sanitarias han permitido a la Escuela de Tauromaquia retomar su actividad. De momento, con grupos reducidos. Los más adelantados han sido los primeros; los más pequeños aún no han podido incorporarse. Desde las cinco de la tarde, no podía ser otra hora, hasta que el sol hace amago de irse, los novilleros vuelan sus capotes y muletas toreando toros imaginarios bajo la tutela de su maestro: Varea. El joven diestro de Almassora, que tras cortarse la coleta asumió el mando del centro, se estrenaba este año como nuevo profesor. Para él ha sido un mazazo inesperado. «Habíamos planteado un año muy bonito y todo se ha parado en seco. Lo peor fue la desilusión que se llevaron los chavales al no poder torear en Magdalena, pues estaban muy preparados, habíamos entrenado duro, hicimos tentaderos de mucha categoría… Tenían la mente puesta en ese objetivo para estar lo mejor posible. Fue un palo duro», asegura Varea.

Llegó el confinamiento pero no cesó la actividad. Varea logró mantenerles viva la llama de la afición y no les permitió relajarse ni un segundo. Además del entrenamiento físico, visualizaron vídeos de toreros antiguos o faenas históricas, les obligó a seguir la actualidad y, algo muy importante, conocer la historia de la tauromaquia, ese arte al que van a dedicar todos sus esfuerzos.

«A alguno le pesaba un poco la muleta cuando volvimos a entrenar, pero ya están todos a tono», bromea Varea. Hablamos justo antes de una jornada de entrenamiento, mientras sus alumnos montan los estaquilladores en sus muletas de franela. La situación les ha obligado a cambiar de escenario por motivos de seguridad, dejando la plaza de toros para ubicarse en el Cocherón, instalaciones que almacenan ahora material de protección contra el covid-19 y que recuerdan la vigencia de esta maldita enfermedad. Allí aprovechan las sombras de los pinos para resguardarse de la canícula estival, que aprieta.

Primer tentadero

Ya han vuelto a sentir el miedo y el placer de torear. Fue en la ganadería zaragozana de Hermanos Marcén, donde tentaron varios becerros. Varea pudo comprobar que Jorge Rivera, el más placeado de todos, está listo para debutar; que Marcos Andreu sigue teniendo la voluntad como arma principal; que Cecilio despierta esperanzas con su toreo de cante grande... Y que viene una cantera de jóvenes hambrientos de sensaciones.

Virtudes que, con permiso del virus, podrán demostrar este año. Con o sin público. Esa es la intención de los responsables de este centro: continuar con los tentaderos y realizar las clases prácticas planteadas. Todo esfuerzo merece la pena para apuntalar el sueño de estos jóvenes en esta escuela donde se aprenden grandes valores.