No, Carlos Aguilar, el protagonista de ‘Historias del Kronen’ no se colgó nunca de un puente sobre la autopista. Eso sucedió en la película de Montxo Armendáriz, no en la novela original de José Ángel Mañas, que en 1994 fue todo un revulsivo para la literatura española de la época. Pero esa imagen al límite es poderosa y explica bien la rabia de la juventud del momento para quien la utopía política y la subversión de la Movida habían quedado atrás. Durante años, Mañas se ha negado sistemáticamente a darle una continuación a las andanzas de Aguilar. Pero, el runrún no le abandonaba y al final se ha hecho carne en la novela ‘La última juerga’ (Algaida) con la que ha obtenido el Premio Ateneo de Sevilla. “Estuve dándole vueltas durante muchos años y al final me salió como un tiro cuando activé la voz de Carlos”, explica el autor.

Veintinco años no han cambiado para bien a Aguilar. Antes era un chico sociópata cuya única pretensión era esnifar coca y acostarse con toda la que se le pusiera a tiro. Ahora es un productor de cine cercano a los 50 que sigue machacándose la nariz y las venas y, enfermo terminal, sabe que no le queda mucho por delante. Tan solo acabar a lo grande con la juerga del título.

Fenómeno de ventas

Con el 'Kronen' que Mañas escribió con 23 añitos en poco más de 15 días, quedó finalista del Premio Nadal. No estaba previsto pero se disparó en ventas sideralmente más allá de la ganadora y además marcó un hito sociológico: conectó a la perfección con los más jóvenes que entraron en tropel a su lectura. Y es que en el libro sonaba Nirvana o Sonic Youth, trascurría en una noche extrapolable a la de la ruta del bakalao y además se soltaban tacos a mansalva. En contraposición, un veterano crítico arrugó la nariz dictaminando que batía el récord de palabras malsonantes en la literatura española, mientras que otro acusaba a Mañas de haber escrito “una novela magnetofón” porque si algo tiene el autor es la viveza y verosimilitud de sus diálogos. “Era el realismo de posguerra, el de Delibes o de la Matute, pero trasladado a una realidad inmediata y reconocible”, admite el autor.

Como para evitar cualquier tentación de interpretación autobiográfica -algo que le persiguió con el 'Kronen'-, Mañas se ha colocado a sí mismo en 'La última juerga' a modo de cameo al estilo Hitchcock como participante de una fiesta en la que se cruza con Aguilar. “Yo soy un tipo mucho más tranquilo que mi personaje. Ya hace muchos años que no me voy de fiesta. Todo eso lo dejo para el espacio carnavalesco que es la literatura”, asegura.

Incorrección política

Muchas cosas han cambiado desde aquellos años 90, para empezar otra medida de la corrección política. “Entonces no nos sorprendía que el alcalde de Madrid Tierno Galván dijera aquello de que quien no esté colocado que se coloque o que Almodóvar y McNamara cantaran: “Voy a ser mamá / Voy a tener un bebé / Lo vestiré de mujer… / Le enseñaré a vivir de la prostitución / Le enseñaré a matar”. Así que mi novela contemplada con los ojos de la actualidad es profundamente incorrecta”. Entonces no pensó en ello, asegura. “La verdad es que solo empiezo a darme cuenta ahora cuando trabajo en algún guion y me dicen que faltan tías en el reparto y es verdad…”. Sin embargo, la lógica del personaje hace que a Carlos Aguilar el feminismo imperante no pueda hacerle mella. Sigue siendo el mismo machirulo autodestructivo, pero eso queda para la ficción. “Los guionistas persiguen que sus personajes tengan una evolución. Sin embargo, creo que la gracia de Carlos es que no se transforme, que siga a piñón fijo, monolítico. Tanto, que me obligó a tratar la novela con más humor y eso es porque ahora soy un escritor que controla mucho más lo que escribo”. Carlos Aguilar, ahora y siempre.