Mucha gente cree que Juan Avellaneda va siempre trajeado y no es así, pero, trajeado o no, es puro glamour. Recibe en su estudio de Barcelona, entre Balmes y Diagonal, tras su performance en la 080, con la que celebró los cinco años de su marca. Se viste para la foto, se calza unos maravillosos manolos y posa con prestancia en uno de los ambientes decorados con su papel pintado. Ya lo vieron en Cámbiame y en Masterchef. Está en su salsa.

—¿Sabría describir su mundo estético?

—Me cuesta explicar mi universo. Es un resultado de muchas cosas. Sé lo que me gusta y lo que no me gusta: me guío por el instinto. La moda no es solo ropa, es estilo de vida, es mobiliario, es una corriente artística, unas películas, los amigos, es una mezcla de muchas cosas. De pronto incorporo a mi sastrería unos estampados florales, unos colores en mis papeles pintados que son muy del siglo XVIII, cosas surrealistas como unos ojos o unos dibujos de Lorca que son unos besos que no se juntan porque en aquel momento estaba prohibida la homosexualidad... Aunque no sepa verlo, soy fiel a lo que hago.

—Después de la tele, ¿ha entrado en otra dimensión?

—Sí, claro. Yo era un producto más nicho, tenía mi público, y de pronto te conviertes en alguien más masivo. Lo mejor es que a mí me han dejado jugar y eso me divierte. Me han dejado entrar en casa de la gente de una forma muy amena. Lo de Masterchef ha sido una locura y cocinar con traje todo un reto.

—Pero con la moda no juega.

—Para nada. Es muy complicada y cada vez más sobre todo cuando eres una marca pequeña. Hay muchos competidores y todo el mundo acaba haciendo un poco lo mismo. Cuando las marcas ven que algo funciona, que tiene tirón, intentan hacer lo mismo y ves muchos clones mal hechos del original. Los que triunfan son lo que hacen algo cierto, real, los que no intentan copiar. Y ojo, todos nos inspiramos, todos cogemos referencias, una cosa no quita la otra, pero lo que no puede ser es que una marca sea muy conocida por hacer complementos con pinchos y todas las demás lo sigan. Yo no me puedo quejar, pero vives con inseguridad todo el rato.

—Huye del concepto pasarela y de presentación de dos colecciones al año. ¿Lo ve trasnochado?

—Es un sistema en el que no confío demasiado. Yo lo que hago es ver mis propios hábitos de consumo. Quizá veo algo de una gran marca en un desfile y me espero a tenerla, sobre todo accesorio, no nos engañemos. Y tengo comprobado que cuando a un cliente le enseñas una colección completa, 30 looks, es que se bloquea. Es mejor ir sacando piezas de una en una, o en pequeñas cápsulas, cinco looks máximo, y es mucho más fácil.

—En su faceta de ‘influencer’ está haciendo mucha pedagogía a la hora de dar una segunda oportunidad a las prendas.

—Me parece básico mezclar cosas nuevas y otras no tanto, eso es educar en el buen gusto y en aprovechar la ropa. El otro día alguien criticaba a Nina porque llevaba un vestido en la gala de OT que era como el de Nieves Álvarez en Eurovisión. Y María Casado llevaba un vestido de Sara Montiel en los Goya. Señores. Me parece perfecto. ¿Por qué no si encima el vestido es maravilloso? Y luego se nos llena la boca de consumo responsable.

—¿Quién le convenció de que usted es su mejor imagen de marca?

—Eso fue gracias, o por culpa, de Nieves Álvarez. Ella me decía siempre: No sé por qué no te pones tú en las fotos. Y me hizo una reflexión: En Estados Unidos esto lo hace Tom Ford y todo el mundo aplaude. ¿Tienes complejo de que la gente diga tal o cual? Pues pasa de todo. Empecé a probar con Instagram, empecé a subir fotos de modelo y mías y las mías como que tenían más engagement. La gente venía al estudio con mi foto porque quería la americana que yo llevaba. A mí me parecía todo muy fuerte, como muy pretencioso. Pero en redes funcionamos muy bien y he acabado siendo yo mi propio modelo. Somos idiotas a veces, porque tenemos demasiados complejos. La tele también me ha enseñado que no puedes gustar a todo el mundo.

—¿Se le ha endurecido la piel?

—Sí, pero al principio, cuando empiezas a diseñar tus cosas, y eso nos ha pasado a todos, eres muy vulnerable.

—¿Y no le dicen que vestir Avellaneda es ser atrevido?

—En Barcelona me dicen que no hay tantas ocasiones, que no pasan tantas cosas. Y yo les digo que hagan que pasen.