El cuartel general de Bernie Sanders en Plymouth, un pequeño pueblo de 7.000 habitantes, es un hervidero de voluntarios. La gran mayoría no superan los 35 años y saltan de mesa en mesa para recoger formularios, recibir instrucciones o reponer fuerzas con donuts, snacks y comida de rancho. Todo destila un aire de cooperativa bien organizada o nueva empresa tecnológica sin jerarquías.

Dirigen la orquesta un veinteañero lector de Borges y Cortázar que solía trabajar en una revista científica, una madre soltera con tres hijos que tiene que compaginar dos empleos para pagar las facturas y un politólogo imberbe con gafas ochenteras. Son los soldados del sanderismo, el movimiento de base más numeroso de esta campaña de primarias demócratas.

Tony Antone entra en la sede sacudiéndose la nieve de la chaqueta. Acaba de pasarse cuatro horas a temperaturas bajo cero buscando puerta por puerta el voto para su candidato. Una aplicación móvil le marca la ruta y las direcciones asignadas. Generalmente unas 50 viviendas por turno, pero no siempre es un camino de rosas, especialmente cuando los voluntarios se topan con antiguos votantes demócratas entregados hoy a Donald Trump. «Solo le ha faltado pegarme con la escoba», le cuenta riendo a un colega. «Me ha dicho que Bernie es comunista y que no quiere a comunistas en su barrio». Pasa a menudo, confiesa este obrero de 26 años. «Alguna gente no entiende qué es la socialdemocracia, pero nuestro trabajo no consiste en discutir con ellos».

Sanders es el favorito para ganar mañana en New Hampshire, un estado rico de Nueva Inglaterra, blanco, rural y poco poblado, con solo 1,3 millones de habitantes. El veterano senador ya se impuso allí por más de 20 puntos a Hillary Clinton en las primarias del 2016. Esta vez la media de las encuestas le da seis puntos de ventaja sobre el centrista Pete Buttigieg, que no obstante ha visto cómo sus números se disparaban desde que diera la sorpresa en Iowa, donde obtuvo dos delegados más que Sanders a pesar de haber sacado unos miles de votos menos. Elisabeth Warren, Joe Biden y Amy Klobuchar pelean por la tercera plaza a bastante distancia de la cabeza.

Para muchos de los seguidores de Sanders, la armada más joven de estas primarias, su candidatura es un asunto personal. Sus promesas para crear una sanidad publica universal, rebajar el precio de los medicamentos, condonar la deuda estudiantil o subir el salario mínimo resuenan entre las nuevas generaciones como panacea a las penalidades cotidianas. «Es muy fácil verte abocada a la pobreza a mínimo que las cosas se tuerzan», dice Kimberly Rosen, la madre de tres hijos que coordina a los voluntarios en la sede de Plymouth. Con su salario de profesora no llega a fin de mes, de modo que tiene que complementarlo con un segundo trabajo en una oenegé, una realidad compartida por millones estadounidenses. «Sanders es el único candidato con la claridad moral y la fortaleza para enfrentarse a los intereses económicos, atajar el cambio climático y transformar el país», dice Rosen. Para unos es un líder, para otros un verso suelto. El resultado, tras la votación.