«L o siento, pero no tengo derecho a hablar». Tajante, aunque con buenos modales, responde uno de los empleados de cocina del hotel Xander de Tomsk cuando se le inquiere por Alekséi Navalni, el bloguero anticorrupción que durmió en este establecimiento en las cuatro noches previas a su hospitalización por envenenamiento a mediados de agosto. «¡Estoy trabajando!», contesta, aquí ya malcarada, una joven morena, empleada del Viénskaya Kofeina (en ruso, Café Vienés), el único bar del pequeño aeropuerto local en el que el opositor se tomó su último té antes de embarcar en un avión de la compañía aérea S7 Airlines con destino a Moscú. «No, no me acuerdo de nada», replica con indiferencia la encargada de la aerolínea en los mostradores de facturación, mientras su subalterna hace un alto en el despacho de pasajeros del mismo vuelo que semanas atrás tomó el disidente, levanta la mirada y esboza una sonrisa, identificable pese a la mascarilla.

«Nadie hablará; todos, tanto en el hotel como en el aeropuerto, han recibido instrucciones del FSB de no responder a ninguna pregunta», había prevenido a este diario Ksenia Fadeeva, al frente de la oficina del movimiento de Navalni en Tomsk y recientemente elegida concejal en las elecciones regionales celebradas el pasado domingo. Ayer, miembros del entorno del bloguero informaron a través de Instagram que un laboratorio alemán ha encontrado restos de la sustancia venenosa en una botella de agua hallada en la habitación del hotel y que sus partidarios lograron sacar del país pese a la presión de la policía local.

Tomsk, escenario de un crimen que ha horrorizado al mundo, es en realidad una tranquila localidad de Siberia fundada a principios del siglo XVII, con un coqueto casco antiguo levantado durante la época imperial. Sus parques y plazas, bien urbanizadas y mantenidas en relación a lo que se estila en Rusia, y su numerosa población flotante estudiantil conceden a esta población de medio millón de habitantes un aire europeo, fresco y hasta desenfadado, alejado del aburrimiento y el ambiente desangelado que impera en muchas ciudades de provincia en Rusia.

«Alekséi llegó el 16 de agosto y pasamos cuatro días juntos en distintos lugares de la ciudad y su entorno filmando la película», explica Fadeeva. «A veces, incluso era difícil realizar las tomas porque la gente se detenía, saludaba o le rodeaba para ver lo que hacía», continúa, intentando así desmentir las aseveraciones gubernamentales de que Navalni es un fenómeno marginal en Rusia. Entre los lugares que sirvieron de exteriores para el vídeo, se encuentra la céntrica plaza Novosobórnaya, uno de los rincones preferidos para el paseo, la avenida Lenin, el parque Búfor, un pequeño espacio para niños y la Universidad Estatal de Tomsk, fundada por el emperador Alejandro II en 1878, donde cursan estudios 23.000 alumnos. Fueron elegidos, viene a asegurar Fadeeva, para reforzar la línea argumental de la historia, es decir, una ciudad moderna gobernada por una élite arcaica y corrupta.

La filmación acabó a mediodía del miércoles 19 de agosto, y horas más tarde, a las 20.00, el líder opositor «se reunió con sus partidarios» en la sede de su movimiento para «animarlos» ante las inminentes elecciones regionales, explica la respresentante. Al acabar el encuentro, se dirigieron en coche hasta la aldea Kaftánchikovo, a unos 12 kilómetros al sur de Tomsk, donde el río Tom discurre manso y se rompe en perezosos meandros. «Alekséi tiene una tradición; le gusta nadar en lugares conocidos; para mí, en cambio, hacía frío y no me metí en el agua», comenta.

Navalni y su comitiva, según filtraron días después del envenenamiento fuentes locales del FSB en Novosibirsk y Tomsk al diario Moskovski Komsomolets , fueron sometidos a una «intensa vigilancia» desde el primer día en que llegaron a Siberia. Fadeeva, en cambio, asegura que en ningún momento detectó una presencia sospechosa durante las cuatro intensas jornadas en que ambos permanecieron juntos. «Si nos vigilaron o siguieron, lo hicieron mediante nuestros teléfonos móviles o las cámaras callejeras», responde con asertividad. Según su opinión, la filtración periodística tiene un único motivo: «El FSB local quiere lavarse las manos y decir que ellos no han sido». Y es que algo así, corrobora, «solo pudo hacerse con el visto bueno del Kremlin». H