Querido/a lector /a, es evidente que tanto la dramática realidad del covid-19 como el esfuerzo de gobiernos y ciudadanos para derrotarlo, se han convertido en las cotidianas y exclusivas noticias que estos días pululan por los medios del conjunto del mundo. No es para menos porque, en comparación con la vida y la muerte, todo lo otro es secundario y pasa a un segundo plano.

Así y todo, y como no podía ser de otra forma, los trabajadores y sus organizaciones más esenciales, los sindicatos, no se han resignado a ser difuminados ni a perder protagonismo en beneficio del covid-19 y, aunque no han podido celebrar sus rituales en las calles y plazas, han oficiado el 1 de Mayo en el marco de los medios, de las nuevas tecnologías, de las redes sociales.

Un día de fiesta y reivindicación que existe desde hace más de siglo y medio y que, posiblemente es, junto a la bandera roja, la tradición más universal y persistente del movimiento obrero. Un día que con sus proclamas es testigo de la realidad y claro indicador de las preocupaciones y aspiraciones de los trabajadores. Un día que en este 1 de Mayo de 2020 señala que la pandemia del covid-19 que sufre el mundo pone en peligro la vida, los puestos de trabajo y los recursos básicos de las personas. Al tiempo advierte de la fragilidad e injusticia del orden social y económico imperante, y reclama un nuevo orden mundial más justo y solidario que sitúe a las personas y su bienestar por delante del interés económico de una minoría.

Querido/a lector/a, si lo dicho del 1 de Mayo expresa valores universales, confieso que, además, la fecha me provoca sentimientos personales y muy íntimos: ese día se casaron mis padres, me detuvieron en el franquismo y, en el último, en el 2020, nació mi nieta Olívia. Bueno, nació 52 minutos después, pero como me pase todo el 1 de Mayo apretando, siempre será mi chica del 1 de Mayo.

*Analista político