Resulta asombroso comprobar que vivimos en un país repleto de expertos epidemiólogos, catedráticos en salud pública y emergencias, especialistas en comercio y logística internacional y en todo aquello que requiera la actualidad del momento.

Si discutimos y sabemos más que nadie de fútbol, ¿por qué no ilustrar a los demás en cualquier otro tema?. Si discutimos por un penalti o un fuera de juego, ¿por qué no porfiar sobre anticuerpos, enfermedades zoonóticas o pruebas serológicas? Claro que sí, sabemos de todo. En clave de humor circula en las redes una elocuente parodia sobre el capitán a posteriori que todos llevamos dentro. Todos lo hubiésemos hecho mejor y todos exhibimos buenos reflejos cuando, por supuesto a destiempo, las cosas ya no tienen remedio. Al menos, el mejor de los remedios. Un país de forenses. Post mortem recetamos de maravilla. Lástima que casi nunca, casi nadie anticipa casi nada. Si lo desean, casi pueden borrar el casi.

Otro patrón de conducta es que podemos haber pontificado un día sobre algo y hacerlo sobre lo contrario al cabo de dos semanas. O una. O un solo día. A veces, incluso en la misma conversación. En cinco minutos podemos defender una tesis y su antinomia. Vivimos y convivimos en la discordancia. No crean que estoy emitiendo un juicio de valor, tan solo describo percepciones de la vida cotidiana que todos podemos experimentar. A veces, como espectadores y, otras, como protagonistas.

La coherencia debería ser una asignatura troncal y perpetua. Cronificada durante todos los ciclos del sistema educativo. El reto, aspiracionalmente, siempre será pulirnos. En eso consiste la vida o debería consistir, en pulirnos. Pero el problema principal no es ese. El problema es la conciencia deliberada y estratégica de la contradicción. Cuando dañar es una opción.

El problema es la nula importancia que se le concede a mentir, ofender, vilipendiar, humillar… Todo ha pasado a ser arte efímero. Mañana más. Aunque mañana nada tenga que ver con lo sacralizado hoy. Mañana será otro día. Otro tweet. Otra sentencia dictada desde la infinita sabiduría y poder que concede un click.

Desde que comenzó la pandemia se abrió un tiempo sombrío para la vida. Cayó en picado la alegría, la tranquilidad y el compás ciudadano, económico y social. Nos colonizó el pánico y una ola de miedo y prejuicios sacude el mundo. No sé si saldremos mejores y lo que durarán los buenos propósitos de enmienda. La experiencia histórica no recomienda precisamente excesivos entusiasmos si de cambiar el futuro se trata. Sea como sea, todavía estamos a tiempo de algo. Todavía podemos dar un volantazo colectivo y comportarnos como un país unido. Unido en la espera y en la esperanza. Más dispuesto a cerrar filas que a romperlas. Más presto a buscar soluciones que a buscar culpables. Seamos más bomberos que pirómanos.

*Doctor en Filosofía