Es que da una calor terrible – le comentaba Mari a su amiga Toñi, mientras esperaban a que viniera la camarera a desinfectar la mesa – y además se me empañan las gafas de sol y no se puede ver nada.

Esta mañana he leído que la OMS dice que salir a la calle con mascarilla no es necesario, siempre que se esté sano – comentaba Toñi mientras la camarera, con mascarilla y una careta de plástico transparente, echaba un desinfectante a las sillas y la mesa.

Si, pero ese es el problema, que no sabemos quien está sano y quien no lo está. Ahora solo faltan los asintomáticos. Yo creo que voy a ser de esas. Igual hasta he pasado el coronavirus y ni me he enterado – dijo Mari mientras se sentaban y pedían un cortado para ella y un café del tiempo para su amiga, y se quitaban la mascarilla.

Míralas – dijo Toñi señalando a unas madres sentadas en el banco de enfrente de la terraza de la cafetería mientras cuidaban a sus niños que corrían por el jardín – Yo no soy racista, pero… no deberían dejarlas ir con la cara tapada. Seguro que les obligan sus maridos. Es imposible que ellas prefieran ir con ese velo tapándoles la cara.

Son dos cincuenta – les dijo la camarera- mejor me lo pagan ahora, por favor. Que después la gente se pone la mascarilla y no hay quien los reconozca. Ya llevo dos sinpa en lo que va la mañana - pensó.

Eso serán los extranjeros – comentó Mari mientras apuraba el cortado - Es que no tienen vergüenza ni la conocen. Paga tu Toñi que hoy te toca a ti.

Mientras la camarera rumana miraba al cielo a través del parapeto facial y pensaba - ¡Señor, que paciencia hay que tener! H

*Urbanista