Este artículo, queridos lectores, no es solo una crítica gastronómica. También quiere ser una defensa a ultranza de la labor que los restauradores de nuestra tierra están realizando en estos tiempos tan difíciles que ha causado la pandemia.

El viernes de la semana pasada acudí a cenar a El charquito, el conocido restaurante de Benicàssim pueblo. Reconozco que tuve mis dudas. Incluso miedo, antes de salir de casa. No sabía qué me iba a encontrar en la calle Santo Tomás. El caso es que la profesionalidad del metre y los camareros fue mayúscula. El espacio entre mesas, más que suficiente. Las medidas de higiene, las necesarias. Y el ambiente, muy tranquilo. La verdad es que disfrutamos de una parrillada de verduras y un entrecot a la plancha delicioso. Además, la sensación de estar en un lugar seguro no nos abandonó en toda la velada. Así sí.

La policía local, apostada en un cruce cercano, pedía en todo momento a los viandantes que no llevaban bien colocada la mascarilla que actuaran con más civismo. Eso también ayudó.

Este martes, por otro lado, pero siguiendo en la misa línea, cené en Playachica y las sensaciones fueron muy parecidas. Los comensales, sentados en sus mesas, sin apenas deambular por el restaurante, cumplimos con las indicaciones que el personal de la casa nos especificó y yo tomé la mejor lubina a la brasa que he probado en mi vida. Muy recomendable. H

*Escritor