Parece increíble que los ciudadanos de un país que han vivido en guerra durante más de cuatro décadas se pronuncien en una consulta democrática en contra de unos acuerdos de paz alcanzados por los contendientes, pero esto es lo que ha ocurrido en Colombia. Todo pacto para acabar un conflicto es siempre perfectible. La paz es un bien común que requiere un trabajo continuado. Nada está ganado de antemano por el solo hecho de estampar una firma en un documento. De esto a decir que la paz es ilusionante, pero que los acuerdos alcanzados en La Habana son decepcionantes y por ello son merecedores de su condena -como ha defendido el expresidente Álvaro Uribe-, media un abismo que se ha traducido en un torpedo a una política de reconciliación.

El resultado negativo del referéndum no es solo achacable a la campaña del no. Revela varias debilidades. Una de ellas es la abstención estructural en Colombia (y en toda América Latina) que en este caso se ha situado en más del 62%. Otra es el error de cálculo del presidente Juan Manuel Santos convocando la consulta cuando no había ninguna necesidad de hacerlo tratándose de un conflicto que ha polarizado durante décadas a la sociedad colombiana y que ha sido protagonizado por una guerrilla que ha llegado a ocupar el 40% del territorio. Esta polarización se ha traducido en la defensa de dos visiones distintas de la paz. Una de ellas mira al pasado, contempla crímenes y exige castigos. Otra cree que el país está ahora mismo ante la oportunidad histórica de construir un futuro y que este es imposible sin una reconciliación.

Superado el estupor causado por el resultado del referendo, se impone ahora un difícil pero imprescindible trabajo para no destruir lo alcanzado y no dejar espacio a la confusión especialmente en las zonas que han votado a favor del acuerdo y que en gran parte coinciden con el territorio que más ha padecido la guerra. El alto el fuego sigue vigente y hay que mantenerlo. Para ello el Gobierno y la guerrilla deben consolidar el acuerdo pero sin cerrar la puerta a considerar las razones de los partidarios del no. En este sentido, Uribe se ha mostrado conciliador y esto es una postura que no hay que desechar. También la comunidad internacional debe aplicarse en la defensa de los acuerdos. En este sentido, la postura concreta de España ante el referendo colombiano es muy mejorable.