El título de este escrito, a pesar de las comillas, puede oscurecer el sentido que quiero comunicar. Lo que quiero decir no es que no tenga poder, sino que no es el cuarto, porque depende del primero. Por eso la denominación de «cuarto poder» para los medios de comunicación creo que está en entredicho. Esa es mi opinión y también mi preocupación.

Esta expresión para designar a los medios, en alusión a la influencia que tienen en la sociedad y la opinión pública, y en los gobiernos y sus representantes, colocándolos junto al (1º) poder ejecutivo, (2º) el poder legislativo y (3º) el poder judicial, se hizo popular cuando Thomas Carlyle atribuyó dicha expresión a Edmund Burke, quien la pronunció en el debate de apertura de la Cámara de los Comunes del Reino Unido en el 1787.

Lamentablemente, en estos tiempos, los medios no se limitan a dar información y a reflejar la opinión pública, sino que la crean por medio de proporcionar la casi totalidad de la información con la que se cuenta en cualquier momento, filtrándola, enfatizándola o, incluso, tergiversándola para dirigir esa opinión pública.

Es obvio que los derechos a la libertad de expresión, de información y de comunicación son fundamentales para una democracia. Se convierten en el contrapoder o el contrapeso que permite a los que no están en la carrera política (el ciudadano común) tomar verdadera conciencia de la situación y generar en ellos estado de opinión para cambiar la misma.

El problema viene cuando los medios son tributarios de alguien, porque no se sostienen económicamente por sí mismos y dependen de aquellos que les financian sus pérdidas o les compran sus espacios publicitarios.

Estoy escribiendo en un medio de comunicación. Tengo un director del medio. ¿Acaso no podré hablar claro? Lo voy a intentar, porque no voy a hablar de este periódico Mediterráneo que es muy nuestro y también el que más lectores tiene en toda la provincia de Castellón.

Ciertamente habremos observado que, durante estos días de crisis catalana, si queríamos enterarnos desde varios puntos de vista, teníamos que leer varios diarios y ver varias cadenas de televisión. La pública, a pesar de que se paga con el dinero de todos y, por lo tanto, no debería ser tributaria de ningún poder externo, resulta que era la voz de su amo, el gobierno del Estado, dejando de dar importancia y no cubriendo eventos que sí la tenían, o dando opiniones como si fueran noticia, incluso comentarios de lo que iba a suceder, es decir futuribles. Esto cabe dentro de la opinión que formule una persona que se juega el crédito personal y profesional, pero no cabe dentro de un telediario que debe dar información. Así que teníamos que ir a La Sexta, la cadena de sensibilidad absolutamente clara de izquierda y contra sistema. Teníamos que ponernos el filtro mental para llegar a nuestras propias conclusiones, pero, al menos teníamos la información de lo que estaba sucediendo.

Triste la situación de los medios que no pueden vivir de su propia actividad, triste la falta imparcialidad de algunos de los que hablan y escriben en ellos, y más triste todavía el que los medios públicos informen sesgados, filtrados y parciales, completa y absolutamente.

Triste también el lenguaje tan pobre de los periodistas, muletillas por doquier como «no podía ser de otra forma», malos títulos, titulillos y encabezamientos en la prensa, que resumen lo contrario del contenido.

Es hora de que para evitar los problemas que he indicado, los ciudadanos nos pongamos al lado de los medios de comunicación, especialmente de los escritos sobre papel o digitalmente, nos hagamos suscriptores y paguemos por una información fidedigna, veraz, clara y escrita con calidad. Medios en los que también cabe la opinión, pero firmada por personas que se jueguen el tipo, es decir, su crédito profesional y personal. En los que no se debe consentir que la información se filtre, se exagere o se tergiverse para crear opinión. La opinión la deben dar los opinadores, no los informadores. Esa será la mejor labor que puedan hacer los directores y los jefes de redacción.

Por unos medios autosuficientes que de verdad puedan servir de contrapeso y descubrir y denunciar la basura de las redes digitales, la tergiversación, los fakes o las falsedades. Esos son los medios que se merecen ser sostenidos económicamente por nosotros, por el buen trabajo que hacen y porque si pueden ser el cuarto poder.

*Doctor en Derecho