Ala política actual le faltan muchas virtudes y le sobran muchos defectos. Eso es incuestionable y no se puede discutir. Vivimos uno de los momentos más tristes en cuarenta años de democracia. La falta de formación, de currículum, de valores, de habilidades y de competencias por parte de nuestros representantes públicos es escandalosa. Es una afrenta en toda regla a la dignidad de la política, de la sociedad y del gobierno.

Dicho esto, lo peor que le ha podido pasar a nuestra clase política es la pérdida absoluta de la vergüenza. Quedan muy pocos políticos en este país que mantengan un mínimo de vergüenza torera. ¿Por qué habrían de tenerla si eso les supondría un quebranto enorme en sus cuentas bancarias, su modus vivendi y su posición social?

Si un catedrático universitario, un gran empresario o un profesional liberal de prestigio dieran el salto a la vida pública, tendrían mucho que perder, por lo que se esforzarían en hacer las cosas bien. Pero si dan el salto personas que no aportan nada, sin el menor valor añadido y que no tienen nada que perder, lo que intentarán es aferrarse al cargo como sea. Jamás ganarán tanto dinero o visibilidad en ningún otro lado.

Ahí llega la falta de vergüenza. Para actuar de ese modo, y no dimitir bajo ningún concepto, hay que dejar los escrúpulos en casa. Hay que ser un desvergonzado.

*Escritor