Querido lector:

El del domingo pasado fue el partido en que más pitidos oí y en el que más cabreada vi a la parroquia del Madrigal. Y eso que la afición amarilla, y tiene fama de ello, es de las más calmadas, respetuosas y tranquilas de los campos de Primera División.

Pero algo pasó el domingo que sacó las casillas a los miles de aficionados del Villarreal CF. Y no solo fue jugar contra el mejor equipo del mundo, que no es poco. La causa fue mucho más simple y mucho más injusta. Se centró en el hombre de negro que arbitra el juego. El murciano Sánchez Martínez se empeñó desde el minuto uno en que el Barça debía ganar el encuentro y la Liga y dirimió los designios del partido como si fuera el más forofo culé con un arbitraje que nunca me hubiera imaginado en la máxima categoría del fútbol español.

Fueron tan descaradamente descarados sus favores hacia el equipo de Luis Enrique que daba hasta vergüenza ajena ver cómo perdonaba la segunda tarjeta amarilla y su consiguiente expulsión al central Piqué, que realizó un paradón desde el suelo con la mano (tal y como reflejó ayer la fotografía de Manolo Nebot en la portada de Mediterráneo) o cómo pitaba un penalti inexistente del guardameta Asenjo al palomitero Neymar, que supuso el 0-2 para los azulgrana y que en justicia debía haber sido una sanción al delantero por simular. Dos decisiones, que por sí solas decidían el curso del partido pero a las que además se sumaron el sinfín de tarjetas que siempre caían sobre las espaldas de los amarillos o las continuas decisiones, prácticamente todas, a favor de los de Messi en los lances del encuentro. Para que el Madrigal gritara al unísono y como nunca lo había hecho “manos arriba, esto es un atraco”, qué descarado debía ser el robo arbitral... porque los errores intencionados no son errores. Y esa es la cuestión. Mientras el fútbol español acoja árbitros como este, mientras permita arbitrar a elementos desestabilizadores como Sánchez Martínez, habrá riesgo de que ocurra cualquier cosa.

Si se pudiera, el Villarreal debía recusarlo. Que no arbitre más en el Madrigal, al menos. Es un verdadero peligro público.