El clima que ha desembocado el conflicto de la estiba en Castellón ha provocado que, a lo largo de todo este fin de semana, la actividad en el puerto de Castellón quede totalmente paralizada, salvo en aquellos desembarques que, por ley, son necesarios atender por razones de seguridad. Con ello, la plataforma portuaria castellonense corre el riesgo de situarse a la vanguardia de una confrontación nacional, como primera línea de batalla en el cruce de intereses que enfrenta a patronal y trabajadores. Si ya de por sí los paros en el sector son muy preocupantes, por las enormes pérdidas que puede ocasionar para la economía de nuestra provincia --con una industria azulejera extremadamente vulnerable a estos desencuentros-- los ánimos crispados y la teatralidad que envuelven cualquier negociación no pueden, de ningún modo, contribuir a agravar un problema que en solo las dos primeras jornadas ya ha causado pérdidas de casi 300.000 euros o la renuncia de algunas navieras a atracar en Castellón en tanto eligen destinos más sosegados y garantistas para sus mercancías.

Como en cualquier negociación de un conflicto eminentemente laboral, todas las partes tienen sus correspondientes posos de justificación y razones para defender sus posicionamientos, todos ellos muy legítimos, pero aquí las consecuencias de las acciones siempre deben tener un lugar preeminente, porque en el tablero de las disquisiciones hay mucho en juego. La economía de Castellón, la pretendida recuperación, la consolidación en unos mercados internacionales cada día enormemente más complejos, requieren de un ejercicio de responsabilidad que, si bien atañe en especial a los componentes de la mesa negociadora, comprometen a todos, porque hoy nos jugamos nuestro presente y futuro en el puerto.

Las empresas más sobreexpuestas ya han dado la voz de alarma y las consecuencias económicas pueden tener un impacto negativo en el empleo, más allá de la estiba.