La opinión del diario se expresa solo en los editoriales.

Los artículos exponen posturas personales.

Una pregunta muy gráfica, y habitual entre las chicas que han sufrido agresiones sexuales, resume la lacra machista: ¿es que no puede una mujer ir a bailar tranquilamente a la discoteca? La respuesta muchas veces es que no, que el acoso de algunos hombres en el mejor de los casos les puede amargar la diversión, y en el peor, convertirlas en víctimas de una agresión. Muchos hombres siguen sin entender que el ‘no’ no es el inicio del juego de la seducción, sino el fin. Ser pesado en un ambiente de fiesta no es ningún delito, pero el acoso, el abuso y las agresiones sexuales sí lo son. Y la base en muchas ocasiones es la misma: la creencia de que si una mujer se viste de una forma determinada, o consume alcohol, o sonríe, o decenas de otros detalles, en realidad quiere sexo aunque diga lo contrario. Que el ‘no’ es un tal vez, o un sí a la espera de ser conquistado. Un denso poso de tradición machista, en el que subyace la idea de que el hombre sale a la caza de la mujer, sigue muy presente en pleno siglo XXI. De ahí imágenes como los vergonzosos rituales de abuso a mujeres en los Sanfermines o en otras fiestas populares, y que no suelen acabar bien.

Estas actitudes masculinas no solo son intolerables, sino delictivas, y se dan en más ámbitos que el festivo. Se nutren de una cultura machista profundamente enraizada que adopta decenas de otras formas, desde la discriminación laboral a las escalofriantes cifras de asesinatos de mujeres. Los expertos estiman que en España tan solo se denuncian entre un 7 y un 10% del conjunto de los delitos sexuales. Estos datos sitúan a nuestro país a la cola de los estados europeos a la hora de denunciar las agresiones sexuales.

Es inadmisible la pervivencia de esta cultura machista, que limita el acceso de las mujeres al espacio público, que las obliga a pensar estrategias para regresar con seguridad a sus casas de noche, que las juzga por la forma de vestir, que cosifica sus cuerpos, que en muchas ocasiones considera víctimas a los agresores. Es trabajo de todos, no solo de ellas, poner fin a esta lacra. Desde las administraciones hasta las actitudes individuales.

Y es mejor que nos pongamos manos a la obra, puesto que una sociedad respetuosa con las mujeres será, con toda probabiliad, una sociedad en la que no tengamos que lamentar con tanta frecuencia asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, como el que sufrimos hace poco en Benicàssim.